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Homo Antessesor

 Los paleontólogos espaƱoles Juan Luis Arsuaga e Ignacio MartĆ­nez, el primero de ellos codirector y el segundo miembro del equipo cientĆ­fico responsable del estudio del yacimiento de Atapuerca que en 1997 fue galardonado con el Premio PrĆ­ncipe de Asturias de Investigación CientĆ­fica y TĆ©cnica, publicaron en 1998 una obra que situaba los importantes descubrimientos obtenidos en las proximidades de la ciudad espaƱola de Burgos dentro del conjunto de los conocimientos cientĆ­ficos sobre la evolución humana. El texto siguiente reproduce el epĆ­grafe dedicado en ese trabajo al llamado Homo antecessor, identificado por vez primera a raĆ­z de las investigaciones de Atapuerca, que es una especie antepasada tanto del actual ser humano (Homo sapiens sapiens) como del Homo sapiens neanderthalensis u hombre de Neandertal.



Fragmento de La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana.

De Juan Luis Arsuaga e Ignacio MartĆ­nez.

CapĆ­tulo 12.

Cuando se encuentran fósiles nuevos, el paleontólogo los compara con aquĆ©llos descubiertos anteriormente en otros yacimientos para tratar de determinar a quĆ© especie pertenecen. A veces resulta de la comparación que los nuevos fósiles no son como ninguno de los demĆ”s y entonces se crea para ellos una especie nueva. Ɖste es el procedimiento que se ha seguido con los fósiles humanos de la Gran Dolina. DespuĆ©s de muchos estudios y comparaciones, en 1997 JosĆ© MarĆ­a BermĆŗdez de Castro, Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell, Antonio Rosas, Ignacio MartĆ­nez y Marina Mosquera crearon la especie Homo antecessor (antecessor: «pionero», el que antecede a los demĆ”s).

Otro problema es el de saber qué lugar ocupa la nueva especie en la evolución humana. En los fósiles de la Gran Dolina se observan rasgos primitivos en la dentición y otras partes del esqueleto, lógicos teniendo en cuenta que los fósiles tienen unos 800.000 años. En fósiles europeos posteriores no se encuentran ya estos caracteres arcaicos, razón por la que los humanos de la Gran Dolina no se consideran de la misma especie que fósiles como la mandíbula de Mauer, que tiene una edad de aproximadamente 500.000 años. Por otra parte, la especie representada en la Gran Dolina no es Homo erectus, ya que carece de sus especializaciones. Finalmente, estos primeros pobladores europeos podrían representar una población tardía de Homo ergaster. Sin embargo, no es así por varias razones.

Un fragmento mandibular de un adolescente de la Gran Dolina muestra una menor robustez. El canino y la tercera muela también estÔn reducidos. Y ademÔs tenemos la morfología de un niño con unos once años de edad a su muerte, que ha constituido una auténtica sorpresa. De este niño se conserva una parte del hueso frontal sobre todo de la mitad derecha, que presenta un toro supraorbitario bien desarrollado. Seguro que de adulto el toro sería muy robusto. Se han podido estimar algunos diÔmetros transversales del crÔneo en su parte anterior, que permiten asegurar que el tamaño del cerebro del Niño de la Gran Dolina era superior al del Homo ergaster (después de los once años el cerebro ya no crece apenas). En los tres crÔneos mejor conservados de esta última especie (ER 3833, ER 3733 y WT 15000) las capacidades craneales son de 804 cc, 850 cc y 900 cc (respectivamente), mientras que en el Niño de la Gran Dolina no bajaría de 1.000 cc.

La cara del Niño de la Gran Dolina es increíblemente moderna. En el Homo habilis, el Homo ergaster y, por lo que se sabe, también en el Homo erectus, el esqueleto de la cara es todavía bastante plano. Sin embargo, nuestra cara tiene relieves, porque la abertura nasal se encuentra en una posición mÔs adelantada que el resto, y los huesos de las mejillas (el maxilar y el malar) estÔn excavados por debajo de los pómulos, que forman así un saliente marcado. Es esa combinación de un frontal primitivo con una cara moderna lo que hace que el Niño de la Gran Dolina no sea un fósil mÔs, sino un espécimen muy importante para el conocimiento de nuestros orígenes.

Siempre se creyó que la cara moderna era reciente en la evolución humana, o sea, que aparecĆ­a con nuestra especie, y de pronto vemos que ya existĆ­a hace 800.000 aƱos. ¿Dónde se encuentran los fósiles con cara moderna de edad intermedia? La respuesta la tenemos en la propia Gran Dolina, donde tambiĆ©n se han encontrado fragmentos del esqueleto de la cara de individuos adultos, que presentan el relieve atenuado. Ahora sabemos que a lo largo del desarrollo la cara crecĆ­a hasta hacerse muy grande y robusta, tambiĆ©n mĆ”s hinchada por la expansión de los senos maxilares, enmascarĆ”ndose en definitiva en el adulto los rasgos de la faz infantil.

Muchos cientos de miles de aƱos despuĆ©s, nuestros antepasados directos experimentaron una expansión cerebral que modificó la estructura del neurocrĆ”neo, y una reducción del aparato masticador, que afecta a la cara, la mandĆ­bula y los dientes. Ɖstos son los dos rasgos craneales que nos singularizan. La expansión cerebral supuso una reorganización bastante completa del neurocrĆ”neo junto con un cambio muy apreciable en su forma, pero la reducción del aparato masticador se llevó a cabo de la manera mĆ”s sencilla posible: el esqueleto facial no se desarrolla completamente y mantiene un aspecto infantil. O dicho de otra manera, nuestra cara de adultos es como la de los niƱos de nuestros antepasados.

Vemos pues que los fósiles de la Gran Dolina se encuentran en una posición evolutiva intermedia entre el Homo ergaster y nosotros, que somos los únicos humanos en la actualidad. La especie Homo antecessor es antepasada de la nuestra, pero, como veremos mÔs adelante. también lo es de los neandertales, otra especie humana distinta de nosotros que se extinguió hace pocos miles de años (prÔcticamente ayer si se compara con la enormidad del tiempo geológico, e incluso con la pequeña duración de la evolución humana).

En principio, se supone que los primeros humanos llegaron hasta la Península Ibérica por vía exclusivamente terrestre, es decir desde Asia y atravesando toda Europa. No hay razones para pensar que el estrecho de Gibraltar se cerrara en ningún momento de los últimos 3 m.a., aunque probablemente eso sí ocurrió durante un pequeño intervalo de tiempo al final del Mioceno, hace entre 6,5 y 5 m.a. (es decir, demasiado pronto para el paso de los humanos, que aún no existían). Como por otro lado las corrientes del Estrecho no favorecen el cruce del mismo, ni se les suponen conocimientos de navegación a los primeros humanos, no hay argumentos sólidos en los que apoyar una vía occidental, directamente desde África, para la colonización europea. Veremos en su momento que la mÔs antigua navegación humana conocida se produjo hace pocos miles de años e hizo posible el poblamiento de Australia y Nueva Guinea. Y los que la llevaron a cabo eran humanos de nuestra propia especie (cuando el nivel del mar desciende en las épocas glaciales, se puede llegar andando a Java y a Inglaterra, pero no a Australia).

Pero si las poblaciones europeas de Homo antecessor vinieron de Asia, y Ć©stas a su vez de Ɓfrica, ¿dónde estĆ”n sus fósiles fuera de Europa? La respuesta es que aĆŗn no se han hallado, entre otras cosas porque no hay buenos fósiles africanos de la misma antigüedad, y los fósiles asiĆ”ticos que podrĆ­an ser contemporĆ”neos son los del Homo erectus del Extremo Oriente. En el norte de Ɓfrica se encontraron tres mandĆ­bulas y un hueso parietal en el yacimiento de Tighenif (antes Ternifine, Argelia) que se datan en hace unos 700.000-600.000 aƱos, es decir posteriores a los fósiles del Homo antecessor. Hay otras mandĆ­bulas de parecida edad o algo mĆ”s tardĆ­as en el este de Ɓfrica y en Marruecos. Desgraciadamente en la Gran Dolina sólo hay un fragmento de mandĆ­bula de un adolescente para comparar con las africanas.

HabrÔ que seguir esperando por tanto para conocer a los parientes africanos de los fósiles de la Gran Dolina. A partir de ese momento, la rama europea de Homo antecessor, representada por los humanos de la Gran Dolina, y la rama africana, cuyos fósiles aún no han sido descubiertos, siguieron historias evolutivas diferentes.

Fuente: Arsuaga, Juan Luis y Martínez, Ignacio. La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana. Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 1998.


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