Consecuencias del crecimiento demográfico
Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En este ensayo, el profesor Kenneth Pomeranz, de la Universidad de California, sostiene que, durante muchos siglos, los niveles de la población humana oscilaron pero sin aumentar de forma global. A partir de mediados del siglo XV el planeta ha sido testigo de tres revoluciones en la población humana que han afectado a todos los niveles el medio ambiente, la salud humana y la economía. El profesor Pomeranz defiende que el enfoque de la planificación familiar continúa afectando al futuro y la calidad de vida en la Tierra.
Consecuencias del crecimiento demográfico
Por Kenneth Pomeranz
La población, o número de habitantes de una determinada
región, afecta a todos los aspectos de nuestro mundo, desde las oportunidades
económicas hasta los cambios en el medio ambiente y en las experiencias de la
vida cotidiana. La comprensión de las tendencias a largo plazo resulta esencial
para efectuar las proyecciones necesarias para una planificación inteligente en
las áreas de economía, protección del medio ambiente y sanidad, así como para
entender que, aun cuando otras muchas sociedades hayan sufrido análogas
transformaciones a largo plazo en sus estructuras de población, sin embargo sus
experiencias y métodos pueden ser muy diferentes. Las preferencias culturales,
los incentivos económicos y las políticas gubernamentales que generan los
cambios demográficos presentan ciertas analogías, pero no se pueden reducir a
una simple fórmula o generalización.
A la hora de estudiar las poblaciones, los demógrafos y
los sociólogos analizan las tasas de natalidad y de mortalidad y la esperanza de
vida media. Además, investigan si la gente planifica el momento, el género y el
número de hijos. El hecho de que las personas crean o no en su capacidad para
planificar la familia y lo que harán o dejarán de hacer para su control, revela
igualmente mucho acerca de sus actitudes respecto a la naturaleza, la moral y sí
mismos.
Analizando los últimos 2.000 años de la historia de la
población, las culturas y las creencias de la humanidad podemos detectar hábitos
que permitan vislumbrar posibles tendencias de crecimiento futuro de la
población.
Una revolución en cifras
Durante la mayor parte de la historia, la población
global ha sido cíclica, sin evidentes tendencias a largo plazo. Una estimación
sugiere que hasta el año 1500 aproximadamente este crecimiento era por término
medio del 0,0002% anual, lo que se traduce en un incremento de 5 personas al año
en todo el mundo entre los años 10000 y 4000 a.C., momento en el que nuestro planeta
estaba habitado por unos 20.000.000 de individuos. A lo largo de los siguientes
4.000 años la población aumentó a un ritmo ligeramente superior, alcanzando una
cifra cercana a 200.000.000 durante el I siglo d.C., manteniéndose así durante
600 años. Durante los siguientes 650 años creció un 75%, a un ritmo anual
inferior al 0,1%. Curiosamente, algunas ruinas de antiguas ciudades y
asentamientos parecen indicar que ciertas poblaciones urbanas contaban con el
mismo número de habitantes a principios del primer siglo de nuestra era que en
el año 1500.
La población humana en 1250 se hallaba fuertemente
concentrada en unas cuantas regiones donde se practicaba la agricultura
sedentaria y surgieron las ciudades. Cerca del 75% del total de la población
vivía en el 6 ó 7 % de la superficie terrestre seca de nuestro plantea,
promediando 65 habitantes por milla cuadrada (aproximadamente equivalente a la
Europa de 1650 o al actual estado de Texas). El 93% restante del territorio
mundial no se hallaba habitado o servía de hábitat a pueblos nómadas que vagaban
por extensos territorios, con una densidad de unos 0,5 habitantes por kilómetro
cuadrado. Prácticamente la totalidad del incremento de la población procedía de
la conquista de los nómadas o la conversión de éstos a la agricultura y al
asentamiento en poblados. La escasa evolución de las técnicas de cultivo explica
la inapreciable variación del número máximo de personas que podían vivir en una
cierta superficie.
Hacia el año 1250, la población mundial comenzó otra vez
a disminuir debido a la aparición de nuevas epidemias y a la utilización de
técnicas de cultivo inadecuadas que provocaron en muchas zonas el
empobrecimiento del suelo. Entre tanto, la enorme expansión del Imperio mongol
gobernado por nómadas se tradujo en una interrupción del crecimiento del
territorio controlado por los pueblos agrícolas y constructores de viviendas. La
población mundial no volvió a aumentar hasta el año 1450, fecha en la que se
produjo la eclosión.
Crecimiento rápido de la población, primera fase:
1450-1650
Hacia 1450, la población aumentó rápidamente en Asia
oriental, Europa y probablemente en la India, existiendo también signos de
crecimiento en otras regiones densamente pobladas como Egipto. La población
total del mundo pronto alcanzó nuevos máximos, y esta vez las cifras nunca
volvieron a caer por debajo de los niveles previos a 1450. A finales del siglo
XVII se produjo un ligero descenso, pero hacia el año 1700 la población mundial
contaba como mínimo con 600.000.000 habitantes.
Existen muchas teorías para explicar esta variación
masiva. Tras la disolución del Imperio mongol y el siglo de inestabilidades que
vino a continuación, surgieron en diferentes regiones gobiernos más
fortalecidos. Estos gobiernos se beneficiaron de una mejor agricultura, que se
traducía en una mayor recaudación de impuestos y mayor número de habitantes, lo
que a su vez significaba más soldados. En consecuencia, fomentaron un aumento de
cultivos y asentamientos en las regiones fronterizas. No se produjo ningún
avance significativo en las técnicas agrícolas, pero merced al aumento de la
educación y de la imprenta, las técnicas vigentes se podían transmitir a un
número mayor de gente. La medicina continuaba siendo bastante ineficaz, pero la
formación y la imprenta contribuyeron a la difusión de ciertos principios
básicos de los cuidados infantiles y prenatales, especialmente en China, Japón y
Corea.
Crecimiento rápido de la población, segunda fase:
1700-2000
Hacia mediados del siglo XVIII, China, Japón y Europa
occidental habían alcanzado nuevos máximos de población y estaban experimentando
crecimientos más rápidos que los conocidos hasta entonces. A partir de este
momento, dichas regiones conocieron disminuciones de población únicamente
temporales y muy ligeras. En el siglo XIX, la mayoría del resto del mundo siguió
el mismo camino, rompiendo todas las cifras de población anteriores. Hacia 1800
la población total del mundo era de unos 950.000.000, hacia 1900 de
1.650.000.000 y actualmente ronda los 6.000.000.000. La tasa de crecimiento era
posiblemente del 0,3% anual en el siglo XVIII, entre 0,5 y 0,6% en el XIX y de
un sorprendente 1,5% en el siglo XX. Algunos países han conocido tasas de
crecimiento superiores al 3% anual, doblando su población en un periodo de unos
23 años.
Al existir un mayor número de personas se requería una
mayor cantidad de alimentos. En gran parte del mundo el rendimiento máximo
posible de alimentos por unidad de superficie no aumentó de manera significativa
hasta la invención de los fertilizantes y los pesticidas químicos hacia 1900.
Pero en los siglos XVIII y XIX se produjo una gran expansión del área total
cultivada, especialmente en el continente americano, en Rusia, Australia y en el
sudeste asiático al tiempo que continuaba la difusión de las mejores técnicas de
cultivo.
Los cambios en la organización económica y social de
muchos lugares sirvieron igualmente de acicate para el crecimiento de la
población. Hasta el siglo XVIII muchas sociedades impedían a los ciudadanos
contraer matrimonio y tener hijos mientras no fueran capaces de mantener una
familia, lo cual, por lo general, implicaba heredar las posesiones de los
padres. Pero en el siglo XVIII, especialmente en Europa y en Asia oriental, cada
vez más personas se ganaban el sustento trabajando para terceros y sin esperar a
heredar las tierras, las herramientas o el comercio familiar. Así pues,
comenzaron a tener hijos a una edad más temprana y en mayor número.
A medida que aumentaban las tasas de nacimiento,
decrecían las de mortalidad. La disminución de la tasa de mortalidad antes de
1900 no cabe atribuirla tanto a nuevos conocimientos médicos como a la difusión
de algunos de los existentes, a las mejoras en la recogida de basuras y en el
suministro de agua potable, así como a otras medidas relativas a la sanidad
pública. En la década de 1900, las tasas de mortalidad decrecieron tan
vertiginosamente que la población ha continuado creciendo incluso en muchos
lugares donde las tasas de natalidad han disminuido drásticamente.
Una revolución de actitudes y costumbres: la
planificación familiar
Al mismo tiempo que la población mundial se disparaba a
partir de 1450, se estaba produciendo algo igualmente importante a nivel
individual. En el siglo XVII, o incluso antes, muchas personas ya intentaban
planificar el número, el momento de nacimiento y, en determinados casos, el sexo
de sus hijos. Sin embargo, no se dispone verdaderamente de pruebas directas
sobre estos aspectos debido a la ausencia de registros escritos y al carácter
tan personal de las decisiones acerca de la reproducción. Sabemos que algunas
personas intentaban controlar el tamaño de la familia utilizando medios
ilegales, como el aborto o el infanticidio, lo cual también les obligaba a
borrar cualquier prueba de tales prácticas. Como consecuencia de lo limitado de
estos conocimientos, todo lo que sabemos acerca del control de la fertilidad
está estrechamente ligado a la obra del primer demógrafo (investigador de la
población), Thomas Malthus.
Malthus mantenía que una vez que los individuos habían
contraído matrimonio, la frecuencia de sus relaciones sexuales venía determinada
por unos instintos biológicos que ni la sociedad ni la cultura eran capaces de
modificar. Y aunque sabemos que las personas han intentado durante siglos
encontrar métodos anticonceptivos que les permitieran las relaciones sexuales
sin provocar un embarazo, generalmente se había dado por bueno que no existía un
método anticonceptivo eficaz hasta la invención del condón, fabricado con caucho
vulcanizado, en el siglo XIX. En consecuencia, hasta el siglo XX la mayoría de
los demógrafos mantuvieron que la única forma de rebajar las tasas de natalidad
consistía en lo que Malthus denominaba controles preventivos del aumento
de la población, impidiendo a la gente contraer matrimonio. Los obstáculos
preventivos podían ser exigencias económicas que obligaban a la gente a ahorrar
una cierta cantidad de dinero antes de la boda, o prácticas religiosas y
culturales que prohibían el matrimonio entre personas pertenecientes a
determinados grupos.
Los demógrafos no han podido detectar demasiadas pruebas
de controles preventivos fuera de Europa y Japón antes del siglo XX. Pensaban
que otras poblaciones sólo se habían regulado mediante lo que Malthus denominaba
controles positivos, catástrofes como guerras, epidemias y épocas de
hambre. Ahora sabemos que otras sociedades poseían sus propias formas de
permitir a la gente un cierto control de su fertilidad.
Por ejemplo, los manuales médicos y las costumbres
populares de Asia oriental y del Sudeste asiático describen pociones ideadas
para prevenir los embarazos o para provocar abortos. Algunos de tales métodos
posiblemente fueran bastante eficaces, no tanto como los del siglo XX, pero lo
suficiente como para marcar una diferencia apreciable. Aunque en la mayoría de
los casos no podemos reproducir en su totalidad tales pociones, somos capaces de
identificar algunos elementos clave, como sustancias químicas que ahora sabemos
reducen las probabilidades de dar a luz. Algunas de estas drogas populares eran
venenos suaves y resultaban nocivas para las mujeres que las ingerían y algunas
probablemente también podían ocasionar malformaciones en los recién
nacidos.
De una manera más significativa, muchos registros de los
patrones de natalidad mundiales entre los siglos XVII y XX contienen pruebas
irrefutables de manipulaciones de las tasas de natalidad. Por ejemplo, en una
muestra china el tiempo medio entre el matrimonio y el nacimiento del primer
hijo de la pareja es superior a 36 meses, comparados con los 18 meses en Europa.
Esto resulta casi impensable sin la existencia de alguna intervención, ya que el
85% de las parejas sexualmente activas que no utilizan métodos anticonceptivos
quedan embarazadas dentro de un plazo de 12 meses.
Por otra parte, estudios chinos y japoneses muestran un
espacio de tiempo aún mayor entre la boda y el primer parto durante épocas de
recesión económica. Esto sólo resulta explicable por la utilización de
anticonceptivos, continencia sexual planificada o infanticidios.
La interferencia humana en la reproducción también
resulta evidente en la relación entre el número de niños y niñas nacidos. En el
caso de no intervenir de ninguna forma para seleccionar el sexo, aproximadamente
nacen 105 niños por cada 100 niñas; esto se define como una relación entre sexos
del 105. Pero un estudio realizado en una región del noreste de China entre 1792
y 1840 reveló que en las familias con un solo hijo, la relación entre sexos era
576 (casi 6 niños por cada niña). Este porcentaje sugiere que los padres estaban
dispuestos y eran capaces de detener la reproducción, y tanto más si ya tenían
un hijo.
De hecho, algunas conductas sólo resultan explicables en
caso de que los padres mataran deliberadamente a las niñas a fin de conseguir el
tamaño de familia y distribución de sexos deseados. En otro estudio que cubre
más de 113 años, las parejas de un pueblo japonés que tenían mayoritariamente
niños, en el siguiente alumbramiento parían una niña 3/5 de las veces. Sin
embargo, las parejas que tenían mayoritariamente niñas, en el siguiente
alumbramiento daban a luz un niño 2/3 de las ocasiones. Entre las parejas que
dejaban de tener hijos cuando la mujer todavía era joven (lo que pone de relieve
una planificación familiar intencionada), el último retoño era frecuentemente
una niña si los hijos anteriores eran en su mayoría varones; en cambio en las
familias con mayoría de hembras el último vástago era un niño el 83 % de las
veces.
Estas actitudes demuestran que, a pesar de la
legislación que condenaba el infanticidio, las familias que sólo querían tener
un hijo más o que deseaban tener un hijo varón, se deshacían de gran número de
descendientes femeninas, aunque en algunos casos en que las familias deseaban
tener una hija, se deshacían de los varones. Para bien o para mal, las personas
dejaron de confiar en el azar para controlar su fertilidad. Las tecnologías
desarrolladas a lo largo de los siglos XIX y XX han conseguido que estas
intervenciones sean menos dolorosas y más eficaces.
Una revolución en las esperanzas de vida: la
transición demográfica
Hacia finales del siglo XVIII en los esquemas de
población humana tuvo lugar un tercer gran cambio denominado, por lo general,
transición demográfica. En algunas partes del mundo, el esquema de unas tasas de
natalidad relativamente elevadas compensadas por tasas de mortalidad altas
comenzó a desplazarse en el sentido de unas tasas de natalidad y de mortalidad
más bajas, características de la mayor parte del mundo actual.
Incluso para la clase alta del siglo XVII en lugares de
relativa abundancia, como Inglaterra o el delta del Yangtzé en China, la
esperanza media de vida en el momento del nacimiento rondaba los 35 ó 40 años.
En la mayoría de los demás lugares de los que se dispone de algún registro, la
esperanza de vida oscilaba aproximadamente entre 25 y 33 años. En tales
circunstancias eran necesarios por término medio 6 hijos por mujer para mantener
la estabilidad de la población. En los países desarrollados actuales la
esperanza de vida es de 75 años, por lo que sólo se precisan 2,1 descendientes
por hembra para mantener la población estable.
La mayor parte del mundo ha experimentado esta
transición demográfica, aunque en épocas y con porcentajes diferentes. En un
principio, las tasas de mortalidad decrecieron y las de natalidad permanecieron
constantes o disminuyeron ligeramente, lo que provocó una explosión demográfica
y la destrucción de un viejo equilibrio entre nacimientos frecuentes y
defunciones frecuentes. A la larga, las tasas de natalidad continuaron
disminuyendo, lo que dio lugar a un nuevo equilibrio con reducidas tasas de
natalidad y una población bastante estable cuyos miembros gozaban de una
existencia longeva.
En Europa, donde existe la mayor cantidad de pruebas,
las tasas de mortalidad comenzaron a descender a finales del siglo XVIII.
Concretamente, las tasas de mortalidad de lactantes y niños disminuyeron de
manera drástica, en parte debido al descubrimiento de una vacuna contra la
viruela y en parte debido a la evolución de las técnicas de alumbramiento.
Sin embargo, el nivel de vida y la esperanza de vida
para los adultos no mejoraron notablemente hasta mediados del siglo XIX, época
en la que las mejoras de higiene, suministro y almacenamiento de productos
alimenticios, vivienda y calefacción doméstica marcaron una diferencia
significativa en la esperanza de vida. Por ejemplo, la esperanza de vida en
Alemania se disparó desde los escasos 30 años todavía en 1860 hasta los 60 años
hacia 1930, antes de la utilización de los antibióticos para combatir distintas
enfermedades. Las tasas de natalidad en la mayor parte de Europa y Norteamérica
comenzaron a disminuir a finales del siglo XIX, y en forma especialmente brusca
en el siglo XX. En la actualidad si no existiera la inmigración, la mayoría de
los países industrializados tendrían poblaciones decrecientes.
Muchos otros países industrializados, como Japón,
Taiwan, Corea y Australia, han sufrido una transición demográfica parecida. En
la mayoría de los casos esta transición se inició en una época más tardía que en
Europa occidental y Norteamérica, pero en cambio se produjo de forma más rápida.
En los demás entornos la situación es más complicada.
En casi todas las partes del planeta las tasas de
natalidad son mucho más bajas que hace 50 ó 100 años, pero las tasas de
mortalidad son en muchos lugares más elevadas que las existentes en los países
ricos hace 100 años. En ciertos lugares, concretamente en zonas de Africa donde
se halla muy extendida la infección por VIH, y en la Rusia post-soviética, donde
se han derrumbado las diferentes estructuras de servicios, las tasas de
mortalidad han comenzado de nuevo a aumentar. La epidemia del VIH ha sido más
crítica en las ciudades africanas, donde los varones que llegan en busca de
trabajo mantienen relaciones sexuales con prostitutas que muy probablemente sean
portadoras de dicha infección. Algunas poblaciones urbanas presentan unas tasas
de infección superiores al 25%, y los emigrantes que retornan a casa propagan la
enfermedad por las zonas rurales. Los expertos no logran ponerse de acuerdo en
cómo será de grave en el futuro el impacto sobre la población rural. Hasta
ahora, las altísimas tasas de nacimiento rurales hacen que la mayoría de las
poblaciones africanas rurales sigan aumentando a pesar de las crisis políticas,
económicas y sanitarias.
En muchos países pobres las tasas de natalidad siguen
siendo elevadas porque los padres creen que tener muchos hijos constituye la
única forma de garantizar que alguno de ellos sobrevivirá hasta llegar a adulto.
Además, en estas áreas menos industrializadas son pocos los trabajos que
requieren una educación formal, por lo que los niños pueden comenzar a
contribuir a la economía familiar a edades bastante tempranas. No deja de
constituir una ironía que las altas tasas de natalidad sean las que
probablemente contribuyan a mantener la pobreza en estos países.
Las tasas de natalidad se ven firmemente frenadas por
una prosperidad creciente. La urbanización produce el mismo efecto, ya que al
trasladarse las familias a las ciudades, les resulta mucho más costoso adquirir
o alquilar una vivienda para una familia numerosa. La urbanización retarda
igualmente el momento en el que el individuo está en condiciones de obtener unos
ingresos significativos, ya que desplaza a la sociedad hacia los trabajos que
requieren como mínimo una formación básica. La formación de la mujer es un
tercer factor que influye de manera notable en las tasas de natalidad. Las
mujeres con formación tienen más probabilidades de que se les presenten
oportunidades personales que entren en conflicto con un matrimonio temprano y la
crianza inmediata de los hijos; además, es más probable que sepan cómo acceder y
utilizar los controles de natalidad. Algunos países, especialmente China, han
reducido drásticamente las tasas de natalidad, incluso en poblaciones rurales
pobres, aplicando incentivos económicos y medidas de fuerza.
A lo largo de los últimos 100 años, a medida que en
muchos lugares han ido disminuyendo las tasas de mortalidad, la población
mundial ha ido aumentando a un ritmo mayor que en cualquier otra época anterior.
Las tasas de natalidad en los países desarrollados han comenzado igualmente a
descender, y en ello está jugando la planificación familiar consciente un papel
de importancia creciente. Así pues, muchos expertos opinan actualmente que la
población llegará a estabilizarse en algún momento antes del año 2100, pero
después de haber aumentado al menos en 2.000 millones.
El gran número de zonas pobres y no industrializadas en
las que las tasas de natalidad y mortalidad siguen siendo elevadas impide a los
expertos llegar a un consenso en cuanto a la cifra en que se estabilizará la
población. Las estimaciones oscilan entre los 8.500 y los 20.000 millones, con
una dispersión tan amplia que impide ponerse de acuerdo en lo que puede
significar la combinación de una población aún mayor con una gran desigualdad
económica para la sanidad global, el entorno y la calidad de vida.
Sin embargo, podemos tener casi la plena certeza de que,
al igual que en el transcurso de los últimos miles de años, la población
continuará conformando las economías humanas, la vida cotidiana y el entorno en
el que vivimos.
Acerca del autor: Kenneth Pomeranz es profesor
asociado de Historia en la Universidad de California, en Irvine. Es autor, entre
otras publicaciones, de Growing Off the Land: Economy, Ecology, y The
Making of a Hinterland: State, Society and Economy in Inland North China,
1853-1937.
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