Efectos medioambientales del uso de los combustibles fósiles
Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En este ensayo, John McNeill, de la Universidad de Georgetown, sostiene que durante los siglos XIX y XX el aprovechamiento de los combustibles fósiles y las alteraciones agrícolas y económicas subsiguientes modificaron de manera irreversible las relaciones entre el hombre y el planeta Tierra.
Efectos medioambientales del uso de los combustibles fósiles
Por John McNeill
A lo largo de los siglos XIX y XX, la actividad humana
ha transformado la composición química del agua y del aire en la Tierra, ha
modificado la faz del propio planeta y ha alterado la vida misma. ¿Por qué este
periodo de tiempo, más que ningún otro, ha generado cambios tan generalizados en
el entorno? Las razones son múltiples y complejas. Pero sin lugar a dudas, uno
de los factores más notables es la utilización de los combustibles fósiles, que
ha suministrado mucha más energía a una población mucho mayor que en cualquier
época anterior.
Hacia 1990, la humanidad utilizaba una cantidad de
energía 80 veces superior a la que usaba en 1800. La mayor parte de dicha
energía procedía de los combustibles fósiles. La disponibilidad y capacidad de
uso de esta nueva fuente de energía ha permitido a la humanidad aumentar los
volúmenes de producción y de consumo. De forma indirecta, esta fuente de energía
ha provocado un rápido crecimiento de la población al haber desarrollado el ser
humano sistemas de agricultura mucho más eficaces, como, por ejemplo, la
agricultura mecanizada, basados en la utilización de estos combustibles fósiles.
Las técnicas de cultivo mejoradas originaron un aumento del suministro de
alimentos que, a su vez, favoreció el crecimiento de la población. Hacia finales
de la década de 1990, la población humana era aproximadamente seis veces mayor
que la de 1800. Los cambios generalizados que han tenido lugar en el medio
ambiente se deben también a otros factores como, por ejemplo, el vertiginoso
ritmo de urbanización o la velocidad igualmente vertiginosa de la evolución
tecnológica. Otro factor no menos importante es la creciente importancia que los
gobiernos modernos otorgan al crecimiento económico. Todas estas tendencias
están relacionadas entre sí, colaborando cada una de ellas al desarrollo de las
otras y configurando todas ellas la evolución de la sociedad humana en la edad
contemporánea. Estas tendencias de crecimiento han replanteado las relaciones
entre el hombre y el resto de los habitantes de la Tierra.
Durante cientos de miles de años, los seres humanos y
sus predecesores en la cadena evolutiva han ido modificando, tanto deliberada
como accidentalmente, su entorno de vida. Pero sólo en épocas recientes, con la
utilización de los combustibles fósiles, la humanidad ha conseguido provocar
cambios profundos en la atmósfera, el agua, el suelo, la vegetación y los
animales. Provistos de combustibles fósiles, los humanos han alterado el entorno
natural de forma como nunca lo habían hecho en épocas preindustriales,
provocando, por ejemplo, la devastación de hábitats y fauna y flora naturales a
través de los vertidos de petróleo. El hombre ha podido provocar los cambios
medioambientales de forma mucho más rápida acelerando antiguas actividades como
la deforestación.
Orígenes de los combustibles fósiles
Entre los combustibles fósiles se incluyen el carbón, el
gas natural y el petróleo (también denominado crudo), que son los residuos
petrificados y licuados de la acumulación durante millones de años de organismos
vegetales en descomposición. Cuando se quema el combustible fósil, su energía
química se convierte en calórica, la cual se transforma en energía mecánica o
eléctrica mediante máquinas como motores o turbinas.
El carbón adquirió por primera vez importancia como
combustible industrial durante los siglos XI y XII en China, ya que la
fabricación del hierro consumía grandes cantidades de dicho recurso. El primer
aprovechamiento del carbón como combustible doméstico comenzó durante el siglo
XVI en la ciudad inglesa de Londres. A lo largo de la Revolución Industrial, que
se inició en el siglo XVIII, el carbón se fue convirtiendo en un combustible
fundamental para la industria, actuando de medio de propulsión de la mayoría de
las máquinas de vapor.
El carbón fue el combustible fósil primario hasta
mediados del siglo XX, cuando el petróleo lo sustituyó como carburante preferido
en la industria, el transporte y otros sectores. Las primeras perforaciones de
petróleo se efectuaron en Estados Unidos, concretamente en la región occidental
de Pennsylvania en 1859 y las primeras grandes extensiones plagadas de pozos de
petróleo surgieron en el sureste de Texas en 1901. Los mayores yacimientos de
petróleo del mundo se descubrieron en la década de 1940 en Arabia Saudí y en la
de 1960 en Siberia. ¿Por qué eclipsó el petróleo al carbón como el carburante
preferido? El petróleo presenta ciertas ventajas sobre el carbón, ya que produce
mayor rendimiento que éste, proporcionando más cantidad de energía por unidad de
peso que el carbón y, además, provoca menos contaminación y funciona mejor en
máquinas pequeñas. Sin embargo, los yacimientos de petróleo son menores que los
de carbón. Cuando el mundo haya agotado las reservas de petróleo seguirá
existiendo abundante disponibilidad de carbón.
Contaminación actual de la atmósfera
La capa más alejada del entorno de vida de la Tierra es
la atmósfera, una mezcla de gases que rodea al planeta. La atmósfera contiene
una capa muy fina de ozono que protege la vida en la Tierra contra la nociva
radiación ultravioleta procedente del Sol. Durante la mayor parte de la historia
de la humanidad, el hombre ha ejercido un impacto muy escaso sobre la atmósfera.
A lo largo de miles de años el hombre ha venido quemando de forma rutinaria
elementos de la vegetación, provocando de forma intermitente una contaminación
del aire. En la edad antigua, la fundición de ciertos minerales, como el cobre,
liberaban sustancias metálicas que se desplazaban por la atmósfera desde el mar
Mediterráneo hasta llegar incluso a Groenlandia. Sin embargo, el desarrollo de
los combustibles fósiles ha comenzado a amenazar a la humanidad con una
contaminación atmosférica mucho más grave.
Antes de la generalización del uso de los combustibles
fósiles, la contaminación del aire afectaba normalmente en mayor grado a las
ciudades que a las zonas rurales, debido a la concentración de núcleos de
combustión en los núcleos urbanos. Los habitantes de las áreas urbanas de clima
frío se procuraban calefacción quemando madera, pero los suministros locales de
madera se fueron extinguiendo rápidamente. Debido a la escasez de oferta, la
madera se fue encareciendo. El hombre comenzó entonces a consumir cantidades
comparativamente menores de madera, disponiendo de menor calefacción en las
viviendas. La primera ciudad en solucionar dicho problema fue Londres, en donde
sus habitantes empezaron a utilizar carbón como combustible para la calefacción
de los edificios. Durante el siglo XIX había medio millón de chimeneas
expeliendo humo de carbón, hollín, cenizas y dióxido de azufre al aire
londinense.
El desarrollo de las máquinas de vapor durante el siglo
XVIII introdujo el carbón en la industria. El crecimiento derivado de la
Revolución Industrial se tradujo en un número mayor de máquinas de vapor, de
chimeneas fabriles y, por consiguiente, mayor contaminación atmosférica. El
cielo comenzó a oscurecerse en los núcleos industriales de Gran Bretaña,
Bélgica, Alemania y Estados Unidos. Las ciudades que albergaban industrias
consumidoras de energía, como la siderúrgica, y edificios dotados de calefacción
por carbón, estaban siempre envueltas en humo y bañadas en dióxido de azufre. A
Pittsburgh, en Pennsylvania, una de las mayores ciudades industriales de Estados
Unidos de aquella época, a veces se la definía como un “infierno con la tapa
levantada”. El consumo de carbón de algunas industrias era tan elevado como para
contaminar el firmamento de toda una región, como en el caso de la cuenca del
Ruhr, en Alemania, y de Hanshin, un área próxima a la ciudad japonesa de
Osaka.
Primeros controles de la contaminación
atmosférica
Los intentos de reducir los humos no resultaron eficaces
hasta el decenio de 1940, por lo que los habitantes de las ciudades y regiones
industriales hubieron de padecer las consecuencias de una atmósfera cargada de
contaminación. Durante la época victoriana en Gran Bretaña no era infrecuente
limpiar el polvo en el hogar dos veces al día para eliminar la suciedad en
suspensión. Los habitantes de las ciudades industriales fueron testigos de la
pérdida de numerosos pinares y especies naturales debido a los elevados niveles
de dióxido de azufre existentes y, además, padecieron unas tasas de neumonía y
de bronquitis muy superiores a las de sus antepasados, sus familiares residentes
en otras regiones o sus descendientes.
A partir de 1940, los gobernantes de las ciudades y
regiones industriales consiguieron reducir la contaminación atmosférica causada
por el carbón. San Luis, en el estado de Missouri, fue la primera gran ciudad
del mundo que concedió máxima prioridad a la eliminación de los humos.
Pittsburgh y otras ciudades estadounidenses siguieron su ejemplo a finales de la
década de 1940 y principios de 1950. Londres adoptó medidas drásticas a mediados
de la década de 1950 después de que la llamada niebla asesina (killer
fog), una situación crítica de contaminación en diciembre de 1952, causara
más de 4.000 muertos. Alemania y Japón hicieron ciertos progresos en la lucha
contra los humos durante el decenio de 1960, utilizando una combinación de
salidas de humos más altas, filtros y depuradoras de chimeneas y sustituyendo el
carbón por otros combustibles.
Aún se continuaba la lucha contra los humos, las
ciudades se vieron enfrentadas a problemas de contaminación atmosférica nuevos y
más complejos. A medida que se fueron popularizando los automóviles, primero en
Estados Unidos durante la década de 1920 y más tarde en Europa occidental y en
Japón durante las décadas de 1950 y 1960, las emisiones de los tubos de escape
vinieron a sumarse a la contaminación atmosférica procedente de chimeneas y
salidas de humos. Los gases de escape de los automóviles contienen diferentes
tipos de sustancias contaminantes, tales como monóxido de carbono, óxido nitroso
y plomo. Por lo tanto, los automóviles vinieron, junto con las nuevas industrias
como la petroquímica, a complicar y agravar los problemas ya existentes de
contaminación atmosférica en el mundo. El smog fotoquímico, causado por
el impacto de la luz solar sobre elementos contenidos en los gases de escape de
los automóviles, se convirtió en una seria amenaza para la salud en ciudades con
abundante insolación y frecuentes cambios de temperatura. Los peores
smogs del mundo se producían en ciudades soleadas y atestadas de coches,
tales como Atenas (Grecia), Bangkok (Tailandia), la ciudad de México (México) y
Los Ángeles (Estados Unidos).
Además de estos problemas de contaminación local y
regional, hacia finales del siglo XX la actividad humana comenzó a impactar
directamente sobre la atmósfera. Los crecientes niveles de dióxido de carbono en
la atmósfera después de 1850, consecuencia principalmente de la incineración de
los combustibles fósiles, aumentaron la capacidad del aire para retener el calor
solar. Esta mayor retención térmica provocó la amenaza de un calentamiento
global, un incremento generalizado de la temperatura de la Tierra. Una segunda
amenaza contra la atmósfera provenía de los compuestos químicos conocidos como
clorofluorocarbonos, que fueron inventados en 1930 y utilizados ampliamente en
la industria y como refrigerantes después de 1950. Cuando los
clorofluorocarbonos ascienden a la estratosfera (la capa más alta de la
atmósfera), provocan una disminución del grosor de la capa de ozono, debilitando
su capacidad para frenar la nociva radiación ultravioleta.
Contaminación del agua
El agua siempre ha constituido un recurso vital para el
hombre, al principio sólo como bebida, más tarde para lavar y también para el
regadío. Con la potencia proporcionada por los combustibles fósiles y la moderna
tecnología, la humanidad ha desviado los cauces de los ríos, ha extraído el agua
subterránea y contaminado las fuentes de agua de la Tierra como no lo había
hecho jamás.
El regadío, si bien ya era una práctica muy antigua,
sólo afectaba a regiones limitadas del mundo hasta épocas recientes. Durante el
siglo XIX, las técnicas de regadío se difundieron rápidamente, impulsadas por
los desarrollos de la ingeniería y el incremento de la demanda de alimentos
procedente de la creciente población mundial. En India y en América del Norte se
construyeron enormes redes de presas y de canales. En el siglo XX se
construyeron presas aún mayores en los países mencionados, así como en Asia
central, China y otros lugares. Después de la década de 1930, las presas
construidas para regadío también se aprovecharon para la producción de energía
hidroeléctrica. Entre 1945 y 1980 se construyeron presas en la mayoría de los
ríos del mundo considerados aptos por los ingenieros.
Las presas, al suministrar energía eléctrica además del
agua de regadío, vinieron a facilitar la vida de millones de personas. Sin
embargo esta comodidad tenía un precio, ya que las presas modificaron los
ecosistemas acuáticos que habían existido a lo largo de los siglos. En el
río Columbia, en el oeste de Norteamérica, por ejemplo, las poblaciones de
salmones se vieron afectadas ya que las presas bloqueaban las migraciones
anuales de los salmónidos. En Egipto, donde una gran presa embalsó el Nilo en
Asuán en 1971, fueron muchos los humanos y animales que hubieron de pagar las
consecuencias. Las sardinas mediterráneas murieron y los pescadores de estas
especies se quedaron sin ingresos. Los agricultores tuvieron que recurrir a los
fertilizantes químicos, pues la presa de Asuán impedía las crecidas primaverales
del Nilo y con ello el depósito de la capa anual de limo fértil sobre las
tierras ribereñas del río. Además, muchos egipcios que bebían agua del Nilo, que
arrastraba una cantidad cada vez mayor de vertidos de los fertilizantes,
comenzaron a acusar efectos negativos en su salud. El mar de Aral, en Asia
central, también ha sufrido las consecuencias, ya que a partir de 1960 ha
disminuido su nivel debido a que las aguas que desembocaban en él habían sido
desviadas para regar los campos de algodón.
Las aguas fluviales por sí solas no han bastado para
cubrir las necesidades de la agricultura y las ciudades. Las aguas subterráneas
se han convertido en muchas partes del mundo en una fuente esencial de este
elemento y a un precio muy económico, ya que los combustibles fósiles
facilitaron enormemente los bombeos. Por ejemplo, en las Grandes Llanuras, desde
Texas hasta los estados de Dakota del Norte y del Sur, surgió a partir de 1930
una economía basada en el cultivo de cereales y la cría de ganado. Esta economía
extraía agua del acuífero de Ogallala, un vasto yacimiento subterráneo. Con el
fin de satisfacer la demanda de agua potable, higiénica e industrial de una
población cada vez mayor, algunas ciudades como Barcelona (España), Pekín
(China) y la ciudad de México comenzaron a bombear aguas freáticas. Pekín y la
ciudad de México comenzaron a hundirse lentamente a medida que se bombeaba gran
parte de sus aguas subterráneas. Al agotarse el suministro de agua subterránea,
estas dos ciudades se vieron obligadas a traer agua desde muy lejos. En el año
1999, la humanidad utilizaba 20 veces más agua corriente que en 1800.
No sólo ha aumentado la utilización de agua, sino que
cada vez un mayor porcentaje de ésta quedaba contaminado por el aprovechamiento
humano. Si bien la contaminación acuática venía existiendo ya desde hacía tiempo
en las aguas fluviales que cruzan ciudades, como en el caso del Sena a su paso
por la ciudad francesa de París, la era del combustible fósil ha modificado el
alcance y la idiosincrasia de la contaminación acuática. La utilización del agua
ha aumentado actualmente y existe una variedad mucho más amplia de sustancias
contaminantes que enturbian las fuentes mundiales de suministro de agua. Durante
la mayor parte de la historia de la humanidad, la contaminación acuática ha sido
principalmente biológica, ocasionada sobre todo por los desechos humanos y
animales. Sin embargo, la industrialización introdujo un número incontable de
sustancias químicas en las aguas del planeta, agravando así los problemas de la
contaminación.
Esfuerzos para controlar la contaminación
acuática
Hasta principios del siglo XX, la contaminación
biológica de los lagos y ríos del mundo constituyó un problema desconcertante.
Más adelante, los experimentos consistentes en filtrar y tratar químicamente las
aguas dieron resultados positivos. En Europa y Norteamérica la depuración de las
aguas residuales y el filtrado del agua lograron garantizar un suministro de
agua más limpia e higiénica. En épocas tan recientes como la década de 1880
morían anualmente en la ciudad estadounidense de Chicago miles de personas por
enfermedades de propagación acuática, tales como la fiebre tifoidea. Sin
embargo, hacia 1920, el agua de Chicago ya no era portadora de ninguna
enfermedad fatal. De todas formas, existen multitud de comunidades en todo el
mundo, especialmente en países pobres como India y Nigeria, que no pueden
económicamente invertir en tratamientos de aguas residuales y en instalaciones
de filtrado.
Al igual que ocurrió con la contaminación atmosférica,
la industrialización y los avances tecnológicos del siglo XX provocaron un
número cada vez mayor de formas de contaminación acuática. Los científicos
inventaron nuevos productos químicos que no existen en la naturaleza, algunas de
las cuales resultaron ser de máxima utilidad en la industria de la fabricación y
en la agricultura. Desgraciadamente, otras demostraron ser nocivos agentes
contaminantes. A partir de 1960 las sustancias químicas denominadas bifenilos
policlorados (PCB) hicieron aparición en las aguas de Norteamérica en cantidades
peligrosas, devastando y deteriorando la vida acuática y los seres vivientes que
se alimentan de dicha flora y fauna. A partir de 1970, las legislaciones
norteamericana y europea consiguieron reducir notablemente la contaminación del
aire o la del agua ocasionada por agentes aislados. Pero la contaminación no
puntual, como los vertidos plagados de pesticidas procedentes de las tierras de
labor, resultaba mucho más difícil de controlar. La contaminación acuática más
grave se daba en los países más pobres donde seguía sin combatirse la
contaminación biológica, al tiempo que la contaminación química ocasionada por
la industria y la agricultura no hacía sino agravar la contaminación biológica.
A finales del siglo XX China era probablemente el país más castigado por una
enorme variedad de problemas de contaminación acuática.
Contaminación del suelo
Durante la era de los combustibles fósiles también la
superficie de la Tierra ha experimentado una transformación notable. Las mismas
sustancias que han contaminado el aire y el agua se encuentran a menudo latentes
en el suelo, a veces en concentraciones peligrosas que constituyen una amenaza
para la salud humana. Si bien este tipo de situaciones sólo se solía dar en las
proximidades de las industrias generadoras de residuos tóxicos, el problema de
la salinización, normalmente asociado al regadío, estaba bastante más
generalizado. Aunque el regadío siempre ha conllevado el riesgo de la
destrucción del suelo al anegarlo y salinizarlo (posibles causas de la
destrucción de la base agrícola de la antigua civilización de Mesopotamia en
Oriente Próximo), los niveles de regadío modernos han intensificado este
problema en todo el mundo. En la década de 1990 los campos devastados por la
salinización iban siendo abandonados a medida que los ingenieros iban
implantando el regadío en nuevas zonas. La salinización ha alcanzado su grado
máximo en las zonas secas donde se produce una mayor evaporación, tales como
México, Australia, Asia central y el suroeste de Estados Unidos.
La erosión del suelo causada por la actividad del hombre
ya constituía un problema mucho antes de la salinización. La moderna erosión del
terreno ha disminuido la productividad de la agricultura. Este problema conoció
su mayor agravamiento durante el siglo XIX en los terrenos fronterizos abiertos
a la colonización de los pioneros en países como Estados Unidos, Canadá,
Australia, Nueva Zelanda y Argentina. Los terrenos de pastos que jamás habían
sido arados anteriormente comenzaron a sufrir la erosión del viento, que
alcanzaba dimensiones desastrosas en tiempos de sequía, como ocurrió en la
década de 1930 durante los tornados en Kansas y Oklahoma. La última destrucción
importante de pastos vírgenes se produjo en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) durante la década de 1950, cuando el primer ministro Nikita
Jruschov decidió convertir la zona norte de Kazajstán en un cinturón de trigo.
Los combustibles fósiles desempeñaron también un papel crucial en esta época, ya
que los ferrocarriles y los barcos de vapor transportaban el cereal y el ganado
procedentes de estas zonas hasta los mercados más remotos.
Hacia finales del siglo XX los asentamientos de los
pioneros se habían desplazado desde las llanuras de pastos hacia las regiones
tropicales y forestales en las montañas. A partir de 1950 los agricultores de
Asia, África y América Latina fueron colonizando cada vez más terrenos en los
pequeños bosques cultivados. A menudo, dichos bosques, como los de Centroamérica
y Filipinas, eran de tipo montañoso y recibían lluvias copiosas. Para poder
cultivar estas tierras, los agricultores tuvieron que deforestar las laderas de
las montañas, dejándolas expuestas a las lluvias torrenciales y haciéndolas
vulnerables a la erosión del suelo. Este tipo de erosión arrasó las tierras en
los Andes de Bolivia, el Himalaya nepalí y el norte de la India, así como las
escarpadas zonas de Ruanda y Burundi. Las tierras yermas no hicieron sino
endurecer la vida de los agricultores en estas y otras zonas.
El impacto de la erosión del suelo no acaba con la
pérdida del suelo. El terreno erosionado no desaparece sin más, sino que se
desplaza ladera y aguas abajo, depositándose en algún otro lugar. A menudo esta
tierra ha quedado almacenada en lugares poco apropiados, anegando embalses o
cortando carreteras. Al cabo de muy pocos años de finalizada su construcción,
algunas presas de Argelia y China han quedado inservibles al quedar obstruidas
por la erosión del suelo originada aguas arriba.
Fauna y flora
La actividad humana ha afectado la flora y la fauna del
planeta en no menor medida que el aire, el agua y el suelo. A lo largo de
millones de años la vida fue evolucionando sin grandes impactos por parte de los
seres humanos. Sin embargo, probablemente desde los primeros colonizadores de
Australia y Norteamérica, la raza humana ha ido provocando extinciones masivas
bien por medio de la caza o bien por la utilización del fuego. Con la
domesticación de los animales, iniciada seguramente hace 10.000 años, la
humanidad comenzó a desempeñar una función más activa en la evolución biológica.
Durante el siglo XIX y XX el papel desempeñado por los seres humanos en la
supervivencia de las especies ha aumentado hasta el punto de que ciertas
especies únicamente sobreviven porque los hombres lo permiten.
Algunas especies animales sobreviven en gran número
gracias al hombre. Por ejemplo, en la actualidad hay unos 10.000 millones de
gallinas en la Tierra, entre trece y quince veces más que las que había hace un
siglo. Ello se debe a que al hombre le gusta comer pollo y las cría a tal fin.
De forma análoga protegemos las vacas, las ovejas, las cabras y algunos otros
animales domesticados para poder sacar provecho de ellos. Las civilizaciones
modernas han asegurado asimismo de forma involuntaria la supervivencia de otras
especies animales. Las poblaciones de roedores se propagan debido a la enorme
cantidad de alimento de que disponen, ya que los humanos almacenan alimentos en
exceso y generan mucha basura. Las ardillas se multiplican porque hemos creado
entornos suburbanos con muy pocos depredadores.
Aun cuando el hombre moderno favorece, de manera
voluntaria o involuntaria, la supervivencia de algunas especies, sin embargo
amenaza otras muchas. La tecnología y los combustibles modernos han multiplicado
notablemente la eficacia de la caza, hasta el punto de poner en peligro de
extinción a animales como la ballena azul o el bisonte de Norteamérica. Otros
muchos animales, en su mayor parte especies de los bosques tropicales, son
víctimas de la destrucción de su hábitat natural. De manera bastante
inadvertida, y casi involuntaria, la humanidad ha asumido un papel central en la
determinación del destino de muchas especies y la salud de las aguas, el aire y
el suelo de nuestro planeta. El ser humano desempeña, por consiguiente, un papel
vital en la evolución biológica.
La historia del medio ambiente de los dos últimos siglos
ha sido la de una tremenda transformación. En apenas 200 años la humanidad ha
provocado una modificación más drástica en la Tierra que la ocurrida desde la
aparición de la agricultura hace unos 10.000 años. El aire, el agua y el suelo
de importancia vital para el hombre están en peligro; toda la trama de la vida
depende de nuestros caprichos. A grandes rasgos, el hombre nunca ha gozado de
tantos éxitos ni ha llevado una vida más placentera. La era de los combustibles
fósiles está alterando la condición humana en algunos sentidos hasta ahora
impensables. Pero el hecho de si hemos comprendido este impacto, y de si estamos
dispuestos a aceptarlo, constituye un interrogante aún sin respuesta.
Acerca del autor: John McNeill es profesor de
Historia en la Universidad de Georgetown. Es autor, entre otras muchas
publicaciones, de Global Environmental History of the Twentieth
Century.
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