La época de las migraciones masivas ultramarinas
Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En el presente ensayo, David Northrup, del Boston College, describe las migraciones masivas llevadas a cabo entre 1750 y 1914, estudiando las diferentes razones por las cuales personas de todo el mundo emigraron a lugares remotos y estableciendo comparaciones entre las distintas experiencias.
La época de las migraciones masivas ultramarinas
Por David Northrup
Durante el siglo XIX proliferaron las emigraciones a
ultramar. Decenas de millones de europeos, asiáticos y africanos se embarcaron
en busca de trabajo y asentamiento en tierras remotas, llegando en algunos casos
hasta el otro lado del mundo. Estos inmigrantes y sus descendientes aumentaron
de forma notable la población autóctona y transformaron la mezcla de gentes y
culturas en muchas partes del mundo, y más aún en América. El legado de este
movimiento de personas sin precedentes continúa vigente en la actualidad.
Razones para la emigración
Cuatro circunstancias provocaron este movimiento
demográfico masivo. La primera fue la creciente pobreza en Europa y Asia,
originada por el rápido crecimiento de la población, las guerras, el malestar
social, el hambre y el desempleo. Estas condiciones impulsaron a mucha gente a
abandonar sus hogares en busca de una vida mejor, ya fuera en algún lugar
próximo o en alguna región remota del planeta.
A diferencia de las condiciones de pobreza que debían
afrontar en sus países de origen, las tierras a las que emigraron prometían un
empleo estable, salarios más elevados y un territorio donde asentarse. Este fue
el segundo factor que originó la migración masiva de la época. La existencia de
enormes territorios nuevos para colonizar en Estados Unidos y Canadá, así como
en Sudamérica, Australia y otros lugares, atrajo a millones de europeos. La
expansión económica que convirtió a Estados Unidos en la primera potencia
industrial del mundo hacia 1900 creó millones de nuevos puestos de trabajo con
unos salarios muy superiores a los existentes en otros continentes. Multitud de
asiáticos y africanos se sintieron atraídos por la floreciente economía de las
plantaciones en zonas tropicales, aún cuando algunos prefirieron competir en
otros lugares con los europeos por los puestos de trabajo en la minería y la
construcción de ferrocarriles.
Otro de los factores que favoreció la migración a
ultramar fue el notable desarrollo de los viajes transoceánicos. Las nuevas
técnicas de construcción naval permitieron fabricar veleros de madera de mayores
dimensiones, capaces de transportar un mayor número de pasajeros. Estos veleros
surcaban los mares a mayor velocidad gracias a sus enormes velas tensadas sobre
mástiles más altos. La robustez de los barcos, así como su velocidad y capacidad
fueron en aumento a medida que se aproximaba el final de siglo, momento en el
que los cascos de acero sustituyeron a los de madera. La utilización de motores
a vapor redujo aún más la duración de los viajes, si bien fueron precisas varias
décadas de perfeccionamiento antes de que tales mecanismos resultaran prácticos
para viajes prolongados.
Por último, la nueva legislación consiguió que los
viajes transoceánicos fueran menos peligrosos. A medida que aumentaba el número
de viajeros, las autoridades iban aprobando leyes y disposiciones para proteger
a los pasajeros. Algunas reglamentaciones regulaban la fiabilidad de navegación
de los barcos, mientras que otras hacían referencia a la sanidad y la seguridad
de los pasajeros. Los barcos grandes debían ofrecer a cada viajero una cantidad
mínima de espacio vital, abundante alimento y agua, instalaciones higiénicas
apropiadas y atención médica cualificada. Gran Bretaña, a la vanguardia de este
fenómeno, aprobó entre 1803 y 1855 seis leyes en favor de los pasajeros. Más
tarde otros países adoptaron medidas similares, si bien no siempre fueron tan
estrictos a la hora de llevarlas a la práctica.
A pesar de estos avances, los emigrantes transoceánicos
hubieron de afrontar multitud de riesgos. Los barcos eran más robustos y seguros
que los balandros de épocas anteriores, pero muchos de los pasajeros continuaban
padeciendo mareos en situaciones de mar gruesa y de tormenta. Mayor gravedad
revestía el hecho de que en los barcos atestados de viajeros las enfermedades se
propagaban con gran facilidad, provocando multitud de fallecimientos a pesar de
los denodados esfuerzos realizados por el personal médico. También era muy
elevada la tasa de mortalidad en algunos grupos de inmigrantes debido a
enfermedades desconocidas en condiciones climatológicas novedosas. Por todas
estas razones, la idea de emigrar a ultramar exigía una gran dosis de
valor.
Tipos de emigración
Para la mayoría de las personas la decisión de emigrar a
ultramar era totalmente voluntaria. Sin embargo, fueron muchos los que se vieron
obligados a partir en contra de su voluntad. Millones de africanos fueron
arrebatados a la fuerza de sus hogares para ser vendidos como esclavos. Miles de
europeos fueron enviados al exilio por criminalidad. Miles de asiáticos y
aborígenes de las islas del Pacífico fueron raptados o engañados para
incorporarles a los barcos de trabajos forzosos.
Gentes de todas las clases sociales participaron en
estos movimientos migratorios, pero la mayoría de los que lo hicieron
voluntariamente eran pobres. Los más míseros no eran capaces ni de costearse el
pasaje a ultramar, ni siquiera en los dormitorios abiertos conocidos como de
tercera clase (cubierta). Los gobiernos de Australia, Brasil y otras zonas
despobladas, así como las compañías de ferrocarriles de Estados Unidos,
subvencionaban la inmigración de colonos europeos. Los gobiernos y
organizaciones benéficas europeas también subvencionaban el viaje a gente pobre,
pero la mayoría de los pasajeros habían de viajar con dinero prestado. Algunos
conseguían préstamos de otros miembros de la unidad familiar que debían
restituir en la medida de sus posibilidades. Otros lo tomaban prestado de gente
desconocida bajo condiciones severas para asegurarse su devolución. Muchos
chinos emigrantes contraían deudas con contratistas particulares a quienes
debían restituir la deuda detrayéndolo del salario que ganaban en ultramar. Dos
millones de emigrantes (la mayoría procedente de Asia) partieron a territorios
de ultramar con contratos de trabajo por varios años para poder sufragar el
pasaje a su nuevo destino.
Los europeos solían emigrar con toda la familia. Las
migraciones africanas reflejaban la composición porcentual del comercio de
esclavos, unas 50 mujeres por cada 100 hombres. Pero en casi todas las rutas de
migración predominaban los hombres solteros. Muchas de las corrientes
migratorias estaban formadas casi exclusivamente por hombres, tales como las
emigraciones chinas bajo contratos de trabajo por varios años hacia América
Latina, así como los varones de infinidad de nacionalidades que acudieron
atraídos por la fiebre del oro a California entre 1848 y 1850, a Australia entre
1851 y 1853, a Suráfrica entre 1884 y 1889 y al río Klondike canadiense entre
1897 y 1898. No obstante, una vez asentados en los territorios de ultramar,
muchos de ellos hacían acudir a sus esposas o prometidas. Otros elegían “novias
por correspondencia” en carpetas llenas de fotografías de mujeres deseosas de
emigrar. La emigración de las mujeres resultaba más problemática debido a la
ideología tradicional. Sin embargo, los gobernantes británicos dispusieron que
40 mujeres debían acompañar a cada 100 hombres que emigraban de India hacia
territorios lejanos con contratos de trabajo por varios años, aumentando así
notablemente las oportunidades de las mujeres de cara a iniciar una vida nueva
por cuenta propia. El incremento de la proporción de la población femenina vino
a fomentar asimismo la vida familiar entre la mano de obra de ultramar.
Migraciones africanas
La primera migración ultramarina a gran escala fue el
trasvase obligado de africanos al mundo de la esclavitud en el continente
americano. Entre 1750 y 1800, los traficantes de esclavos deportaron más de 3,5
millones de africanos a varios destinos de Sudamérica, el Caribe y Norteamérica.
Aún cuando a principios del siglo XIX Estados Unidos, Inglaterra y algunos otros
países europeos declararon ilegal el comercio de esclavos hacia el otro lado del
Atlántico, entre 1801 y 1867 cruzaron el océano Atlántico más de 3 millones de
africanos, la mayoría hacia Brasil y Cuba.
Las condiciones de hacinamiento y mortandad fueron mucho
más graves en los viajes transatlánticos de esclavos que en cualquier otra ruta
migratoria. Los esfuerzos británicos por reducir el hacinamiento durante la
década de 1790 no se vieron secundados generalmente por otros países. Incluso
después de que algunas naciones hubieran declarado ilegal el tráfico de
esclavos, se siguieron transportando muchos africanos al otro lado del océano.
Algunos traficantes de esclavos utilizaban veleros más rápidos para escapar de
las patrullas, mientras que otros repartían el cargamento humano entre
diferentes barcos pequeños, de manera que una patrulla no pudiera confiscarlo
todo de golpe. Esta última estratagema agravó el hacinamiento y en ocasiones
ocasionó un aumento de la mortalidad.
Sin embargo, el destino de las decenas de miles de
africanos rescatados por las patrullas inglesas rara vez se traducía en su
vuelta al hogar. Muchos de estos africanos liberados apenas tenían otra opción
que firmar contratos de trabajo por varios años en las plantaciones de la cuenca
del Caribe una vez rescatados de la esclavitud. Por consiguiente, la emigración
africana realmente voluntaria durante este periodo fue mínima.
Emigración europea
Hasta 1830 al continente americano llegaban cuatro
esclavos africanos por cada inmigrante europeo. Más adelante, la migración
europea voluntaria hacia el otro lado del Atlántico se multiplicó cuando se puso
fin al tráfico de esclavos africanos. De los 50 millones de personas que
abandonaron Europa en busca de un destino en ultramar entre 1815 y 1930, más de
la mitad emigraron a Estados Unidos, aunque Argentina, Brasil y Canadá también
acogieron a un gran número de inmigrantes europeos. Prácticamente la mitad de
ellos procedían de las islas Británicas y de otras partes de Europa
septentrional. Una tercera parte eran europeos meridionales y el resto, oriundos
de Europa central y oriental.
Los europeos emigraban huyendo de las calamidades, tales
como el desastre de la cosecha de la patata en Irlanda entre 1845 y 1849, o para
iniciar una nueva vida en tierras que prometían mayores oportunidades. Las
guerras impulsaron a otros muchos a partir, lo mismo que los conflictos sociales
ocasionados por la concentración de la propiedad de las tierras y por la
difusión de la industrialización. Al igual que en cualquier otro lugar del
mundo, aquellos que se aventuraron a cruzar el océano formaban parte de un
movimiento más amplio que barrió la faz de Europa.
Los europeos que atravesaron el Atlántico norte lo
hicieron de forma rápida y con relativa comodidad y seguridad en comparación con
las interminables singladuras a vela hasta Australia. Los grandes vapores que
transportaban pasajeros a Norteamérica viajaban a menudo con el pasaje a medio
ocupar, ya que tenían asegurado un valioso cargamento de madera o grano
americano para el trayecto de vuelta. En consecuencia, incluso los pasajeros de
tercera (cubierta) disfrutaban de un acomodo más amplio que los emigrantes no
europeos.
Los emigrantes europeos pertenecían a todas las clases
sociales. Algunos invirtieron grandes cantidades de dinero en la floreciente
industria de Estados Unidos, mientras que otros, con menor capacidad
adquisitiva, compraron tierras a bajo precio en regiones que entonces se
ofrecían para su colonización. Los grupos de inmigrantes a menudo consiguieron
preservar su lengua, religión y costumbres al concentrar su asentamiento en una
misma zona de Norteamérica. En la actualidad existen todavía zonas rurales del
medio-oeste de Estados Unidos que presentan una elevada concentración de
descendientes de inmigrantes alemanes o escandinavos. Los indigentes inmigrantes
procedentes de Irlanda, el sur de Italia y Europa oriental, ante la
imposibilidad de adquirir tierra, aceptaron trabajos pobremente remunerados en
las zonas urbanas, especialmente en las ciudades de la costa este
norteamericana.
Aún cuando la inmensa mayoría de los europeos emigraron
libremente, existieron, sin embargo, notables excepciones. Cerca de 150.000
presidiarios británicos fueron deportados por orden judicial a las colonias
australianas. Los gobiernos portugueses y franceses transportaron a varios miles
a las colonias penales en África y Sudamérica. Además, decenas de miles de
europeos indigentes se comprometieron a trabajar en las plantaciones del Caribe
y Hawai con contratos de trabajo por varios años.
Migraciones asiáticas
Decenas de millones de emigrantes de este periodo
procedían de Asia oriental y meridional. Los asiáticos que abandonaban sus
hogares, en mayor medida que los europeos, se hallaban ligados por contratos de
trabajo y estaban dispuestos a viajar distancias mayores y a trabajar en las
plantaciones de las regiones tropicales. El afán por escapar de la miseria era
mucho más notable en los territorios de mayor densidad de población e indigencia
de la India y China del siglo XIX que en Europa. Los asiáticos hubieron de
afrontar frecuentes hambrunas, conflictos políticos y crisis económicas. Estas
condiciones, lo mismo que en Europa, originaron grandes movimientos demográficos
internos, incluidas las migraciones desde zonas rurales a localidades
portuarias. Tan sólo una parte de los individuos afectados emigró a ultramar, si
bien el número de los que lo hicieron fue bastante apreciable.
La mayoría de indios que emigraron a ultramar lo
hicieron a lugares en y allende el océano Pacífico. Partieron hacia las
plantaciones de caña de azúcar en las islas africanas meridionales de Mauricio y
Reunión y la colonia inglesa de Natal, las plantaciones de té en Ceilán
(actualmente Sri Lanka), las de arroz en Birmania, hacia la península Malaca y
hacia el África Oriental Británica como mano de obra para los ferrocarriles.
Estas migraciones más cortas se realizaban a menudo en barco de vapor. Pero más
de 600.000 indios se embarcaron para desplazamientos mucho más prolongados a
bordo de veleros en busca de trabajo en las plantaciones de caña de azúcar de
varias colonias europeas en la cuenca del Caribe y en las Fiji británicas del
Pacífico sur.
Los asiáticos orientales también emigraron en grandes
colectivos. Varios millones de chinos se trasladaron a ultramar para trabajar en
diferentes colonias del Sudeste asiático, la mayoría vinculados por algún tipo
de contrato laboral. Cerca de 300.000 japoneses y chinos emigraron a Hawai
después de 1850 para trabajar en las nuevas plantaciones de caña de azúcar de
las islas. Algunos prosiguieron luego hasta Norteamérica, uniéndose al más de
medio millón de asiáticos orientales que habían llegado directamente hasta allí.
Unos 300.000 chinos y más de 40.000 nipones viajaron hacia América Latina y las
Indias Occidentales.
Las condiciones que hubieron de afrontar los emigrantes
asiáticos variaban ampliamente dependiendo de los distintos destinos. A pesar de
la dureza del trabajo imperante, Hawai constituía todo un paraíso con un clima
saludable, salarios comparativamente elevados y buenos enlaces para retornar a
Asia o continuar viaje hasta Norteamérica. Por el contrario, la mano de obra de
las plantaciones de azúcar en el Caribe y el océano Índico recibía mucho peor
trato y salarios mucho más bajos. Algunos chinos que trabajaban en la extracción
de guano, excremento de ave utilizado como abono, en las islas desiertas frente
a las costas de Perú acabaron suicidándose por culpa de las condiciones de vida
verdaderamente terroríficas. Los chinos que optaron por ganarse la vida en el
oeste americano gozaron de mejores oportunidades, pero fueron víctimas de
episodios de violenta intransigencia racial a manos de los inmigrantes europeos.
Por último, los asiáticos en las lejanas ciudades tropicales perecieron a menudo
masivamente por culpa de enfermedades extrañas.
Las condiciones podían variar ocasionalmente debido a la
supervisión gubernamental. Gran parte de la emigración india fue supervisada de
cerca por Gran Bretaña y sus distintos gobiernos coloniales. Los funcionarios se
preocuparon de que los trabajadores entendieran los términos de sus contratos,
de que se encontraran en buena forma física, de que viajaran en condiciones
seguras y de que se les tratara debidamente en sus lugares de trabajo. El
gobierno japonés realizó una labor concienzuda seleccionando a los trabajadores
reclutados en las islas y autorizando a los armadores japoneses el transporte
transoceánico. China, sin embargo, prohibió la emigración a ultramar. Pero en
los años anteriores a 1870, el débil gobierno chino ni aplicó tal prohibición ni
adoptó ninguna medida eficaz para garantizar que los chinos que emigraban lo
hicieran de forma voluntaria. Cuando finalmente, a principios de la década de
1870, las autoridades chinas investigaron las condiciones de los trabajadores
chinos contratados por varios años en Cuba, Perú y México, quedaron tan
conmocionadas que China vetó cualquier migración posterior bajo contrato de
trabajo a América Latina.
Comparaciones y conclusiones
Algunos historiadores distinguen entre los emigrantes
trabajadores, en su mayoría asiáticos, que marchaban al extranjero únicamente
para trabajar durante un cierto tiempo, y los colonizadores, principalmente
europeos, cuya intención consistía en asentarse en las colonias de manera
definitiva. Sin embargo, las circunstancias reales de las vidas de los
emigrantes a menudo dificultan dicha diferenciación. Por ejemplo, la mayoría de
los africanos se convirtieron en colonos cuando se puso fin a la esclavitud.
Muchos de los asiáticos que abandonaron sus hogares con la intención de
permanecer en ultramar sólo el tiempo necesario para ahorrar el dinero necesario
que les permitiera volver a sus países, también acabaron por asentarse
definitivamente en territorios de ultramar. Por otra parte, muchos de los
europeos que emigraron con la intención de establecerse permanentemente en
territorios lejanos, cambiaron de idea y regresaron a sus lugares de
origen.
Algunos individuos decidieron quedarse o retornar por
razones personales tales como la enfermedad de un pariente, la añoranza del
propio hogar o el deseo de hacer ostentación de las riquezas acumuladas. A veces
el objetivo de asentarse en otro país era iniciar una nueva vida y formar una
familia. En otros casos, los inmigrantes apenas pudieron decidir acerca de su
futuro. Mientras existió la esclavitud, los africanos no tuvieron ninguna
oportunidad para marcharse. Después de la emancipación, la mayoría de ellos
permaneció en el país donde habían trabajado, si bien algunos negros libres
consiguieron retornar a África. Los inmigrantes europeos en Australia, Estados
Unidos y Canadá aprovecharon el poder político para expulsar a los inmigrantes
procedentes de Asia y las islas del Pacífico o para restringir los derechos a
convertirse en ciudadanos de igual rango.
A pesar de las tragedias y penurias, el proceso de
migración en esta época transformó muchas partes del mundo. Norteamérica y
Brasil se hicieron menos africanas y más europeas. En Australia y Nueva Zelanda
los europeos sobrepasaron ampliamente a la población indígena. Incluso entre los
asiáticos con contratos de trabajo de varios años y con derecho a pasaje de
vuelta a casa, muchos optaron por asentarse definitivamente en unas colonias que
les proporcionaban incentivos económicos suficientes para quedarse. Hacia 1920
los colonos indios en las colonias africanas de Natal y Kenia superaron en
número a los europeos, con más del 40% de la población en Fiji y en otras partes
del Caribe. Los asiáticos orientales también se asentaron en gran número en
ciertos lugares y en 1920 representaban una población mayoritaria en Hawai y en
ciertas ciudades del Sureste asiático.
Las migraciones debidas a la necesidad de escapar de
unas condiciones miserables o de buscar un trabajo mejor y una casa nueva
transformaron el aspecto de muchas regiones del mundo. La innovadora tecnología
de transporte, con mejores barcos, incrementó notablemente el número de
migraciones en aquella época. Actualmente siguen existiendo movimientos
migratorios, pero en circunstancias distintas. Aunque los colectivos de personas
que emigran actualmente por aire o por mar son diferentes, sus motivaciones
siguen siendo similares en cuanto al deseo de escapar de la pobreza o la
opresión o de iniciar una nueva vida mejor. Todos los emigrantes, no obstante,
transforman los lugares a donde llegan y, a su vez, se ven modificados por las
nuevas experiencias.
Acerca del autor: David Northrup es profesor de
Historia en el Boston College. Es autor, entre otras publicaciones, de
Indentured Labor in the Age of Imperialism, 1834-1922.
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