La teoría de la deriva
Fragmento de la obra El origen de los continentes y océanos, de Alfred Wegener, que plantea algunas de las teorías sobre su formación, concretamente la teoría de la deriva continental o de los desplazamientos (teoría movilista) que defiende la separación de los continentes en el curso de los tiempos geológicos.
Fragmento de El origen de los continentes y océanos.
De Alfred Wegener.
Capítulo 2.
Pero ¿cuál es la verdad? La Tierra no puede tener más de
un rostro a la vez. ¿Hubo puentes continentales, o bien estuvieron siempre los
continentes separados por mares profundos? Es imposible rechazar la
reivindicación sobre las antiguas conexiones terrestres si no queremos renunciar
por completo a comprender el desarrollo de la vida en la Tierra. Pero es
igualmente imposible rehuir los argumentos con los que los partidarios de la
teoría de la permanencia rechazan los intercontinentes hundidos. Evidentemente,
queda tan sólo una posibilidad: tiene que existir un error oculto en las
suposiciones tomadas como evidentes.
Este es el punto de partida de la teoría movilista o
teoría de la deriva. La suposición, tomada como evidente tanto en la teoría de
los puentes continentales como en la de la permanencia, de que la situación
relativa de los bloques continentales no ha cambiado (prescindiendo de su
cobertura de mares someros) debe ser falsa: los continentes deben haberse
movido. Suramérica debe haber estado junto a Africa y formado con ella un único
continente, escindido en el Cretácico en dos partes que luego, como los
fragmentos de un témpano agrietado, se separaron cada vez más en el curso del
tiempo geológico, pero los bordes de estos dos bloques concuerdan todavía hoy.
No sólo el gran codo en ángulo recto que forma la costa brasileña en el cabo San
Roque encuentra su negativo en el recodo de la costa africana en Camerún, sino
también al Sur de estos accidentes la forma de la costa es tal que a cada
saliente en la costa brasileña corresponde una bahía de igual forma en la
africana, y viceversa: a cada bahía en el lado brasileño un saliente en el
africano. Como puede comprobarse con el compás sobre un globo terrestre, las
distancias concuerdan con precisión.
Igualmente, Norteamérica ha estado situada en el pasado
junto a Europa, y formó un bloque único con ella y Groenlandia, al menos desde
Terranova e Irlanda hacia el Norte. Este bloque se fragmentó a partir del
Terciario Superior (y en el Norte incluso en el Cuaternario) por medio de una
fractura que se bifurcaba en Groenlandia, tras lo cual los fragmentos se
separaron unos de otros. La Antártida, Australia y la India estaban situadas
junto a Suráfrica hasta el comienzo del Jurásico, formando con ella y con
Suramérica un gran contienente único (parcialmente cubierto por mares someros),
que en el transcurso del Jurásico, el Cretácico y el Terciario se fragmentó en
bloques aislados, que luego derivaron en todas direcciones. En el caso de la
India, se trata de un fenómeno algo distinto: inicialmente, un largo bloque
cubierto casi totalmente de mares someros la unía por completo al continente
asiático. Tras la separación de Australia por una parte (en el Jurásico
Inferior) y por otra de Madagascar (en el límite entre Cretácico y Terciario),
este largo bloque fue plegado cada vez más por la aproximación de la India a
Asia, y constituye hoy una de las más poderosas cadenas de montañas de la
Tierra: el Himalaya y las cadenas vecinas.
También en otras zonas se presenta la deriva continental
en relación causal con el origen de las montañas: en la migración hacia el Oeste
de las dos Américas, su borde anterior se plegó en la gigantesca cadena andina
(que se extiende desde Alaska hasta la Antártida) a causa de la resistencia
frontal del fondo de la cuenca del Pacifico, muy antigua, fría y, por tanto,
rígida. También junto al continente australiano, sólo separado de Nueva Guinea
por un mar de plataforma, se encuentran las elevadas montañas de Nueva Guinea,
formadas recientemente y también en el borde anterior en el sentido del
movimiento; antes de su separación con respecto a la Antártida, la dirección de
su movimiento era distinta: la actual costa Este era entonces el borde anterior.
Entonces se plegaron las montañas de Nueva Zelanda, que se extendían
inmediatamente delante de esta costa, y a continuación y debido a los cambios en
la dirección de la deriva, se desligaron y retrasaron, formando arcos de islas.
Las actuales cordilleras del Este de Australia surgieron en una época anterior;
se formaron al mismo tiempo que los pliegues más antiguos en Norte y Suramérica,
los que constituyen la base de los Andes (Precordillera), en el borde anterior
de la masa continental que migraba como un todo antes de la fragmentación.
El citado proceso de la separación de Nueva Zelanda
(primero cadena marginal, luego arco de islas) del continente australiano nos
lleva a considerar el fenómeno al otro lado de los continentes en movimiento,
donde los fragmentos quedarían retrasados en la migración de los grandes
bloques, sobre todo cuando ésta tenía lugar hacia el Oeste. Así, las cadenas
marginales se segregan en el borde oriental del continente asiático para formar
arcos insulares; así quedan atrás las Pequeñas y Grandes Antillas con respecto
al bloque centroamericano, lo mismo que el llamado arco de las Antillas del Sur,
entre la Tierra de Fuego y la Antártida occidental; incluso todos los
continentes que se estrechan en dirección meridional presentan una curvatura
hacia el Este del extremo aguzado, debido a un retraso relativo en la deriva.
Como ejemplos, citaremos el extremo Sur de Groenlandia, la plataforma submarina
de Florida, la Tierra de Fuego, la Tierra de Graham o la fragmentada
Ceilán.
Se puede observar sin dificultad que esta exposición
global de la teoría de los desplazamientos se basa en la suposición de que los
fondos marinos y los continentes están compuestos de distintos materiales, que
en cierta medida representan diferentes niveles de la Tierra. El más extremo,
representado en los continentes, no cubre toda la superficie terrestre (como
veremos, quizá sea más correcto decir que no la cubre ya), y los fondos marinos
representan la superficie libre del siguiente nivel de la Tierra, que asimismo
se supone que existe bajo los continentes. Este es el aspecto geofísico de la
teoría movilista.
Si tomamos la teoría de la deriva como base, podemos
satisfacer todos los requisitos legítimos, tanto de la teoría de los puentes
continentales como de la teoría de la permanencia. En concreto, esto quiere
decir que hubo conexiones entre los continentes actualmente separados, pero no
intercontinentes que luego se hundieron; y que hay permanencia, pero no de cada
océano o continente individual, sino del área de los continentes y del área de
las cuencas marinas en su conjunto.
La argumentación detallada de esta nueva teoría
constituirá el contenido principal de este libro.
Fuente: Wegener, Alfred. El origen de los continentes
y océanos. Madrid: Ediciones Pirámide, 1983.
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