Las aguas del rĆo Orinoco discurren por tierras venezolanas y
riegan la enorme superficie de Los Llanos, estimada en torno al medio millón de
kilómetros cuadrados. La alternancia de un periodo de seis meses definido por
las abundantes lluvias con otro de sequĆa determina la inundación de una gran
extensión del territorio durante una parte del año, y el florecimiento y
agostamiento de la vegetación llanera durante la otra. Todos los seres vivos que
habitan en esta región deben adaptarse a este ciclo, que sólo permite la
supervivencia de aquellas especies mÔs fuertes y mejor adaptadas a la estación
desfavorable, cumpliéndose de este modo la selección natural de la que tanto
habló el cientĆfico britĆ”nico Robert Charles Darwin.
Fragmento de El Orinoco y Los Llanos.
De JosƩ Manuel Rubio Recio
CapĆtulo I: El Orinoco y Los Llanos.
Si estimamos que la cuenca del Orinoco recibe por
tĆ©rmino medio 2.000 milĆmetros cĆŗbicos anuales, —2.000 litros o 2 toneladas por
metro cuadrado al aƱo—, al rĆo vierten durante la temporada de lluvias dos
millones de millones de toneladas de agua: ¡un dos seguido de doce ceros!, que
es una cifra sorprendente.
Antes ya reseƱamos que la pendiente media de Los Llanos,
desde su arranque en los Andes hasta el mar, era de 15 cm por cada km. Pero ese
valor tenemos que reducirlo aún mÔs, si consideramos la pendiente del curso del
rĆo Orinoco.
RemontƔndonos nada menos que al punto en el que se
produce la unión del Orinoco con el Amazonas, o del Amazonas con el Orinoco (ya
que de igual manera puede considerarse), es decir, el tramo del rĆo que recibe
el nombre de Casiquiare, resulta que sólo se halla a 114 metros sobre el nivel
del mar, mientras que el Orinoco, para llegar a la desembocadura, tiene que
recorrer nada menos que dos mil kilómetros. De esta suerte, el rĆo desciende
entre 5 o 6 centĆmetros por cada kilómetro de recorrido, lo cual es, tan sólo,
una pendiente de un 0,005 %. Pero es que, ademƔs, como algunos tramos los salva
en forma de rÔpidos, la pendiente, en general, es aún menor.
Asà resulta imposible el rÔpido y normal desagüe de toda
la masa lĆquida que se precipita sobre la cuenca del Orinoco. PiĆ©nsese, ademĆ”s,
que los efectos de la marea oceƔnica en el delta, por la debilidad de la
pendiente, se dejan sentir hasta el arranque del mismo, que se halla a 200 km de
la costa. De esta suerte, la capacidad de incorporación de agua al océano es
relativa y durante los periodos de flujo mareal se produce en el delta un tapón
que rebalsa todo el agua que llega.
Por otro lado, y por si fuera poco lo que estamos
anotando, los datos que hasta ahora hemos dado sobre la longitud del Orinoco,
estĆ”n tomados a vuelo de pĆ”jaro, de forma rectilĆnea, cuando, en realidad, el
curso del rĆo divaga por la llanura en infinidad de meandros, aumentando en casi
un tercio la longitud que hemos dado. La pendiente, asĆ, aĆŗn se reduce mĆ”s,
dificultando el desagüe.
A su vez, cuando el flujo del propio Orinoco va con
aguas altas, es tambiƩn un freno, por su incapacidad de asimilar mƔs agua: la
que le llega de sus afluentes, que igualmente se rebalsan y desbordan por
amplios espacios, haciendo mayor el espacio anfibio. Ello es especialmente
notorio para el Ɣrea del curso bajo del afluente Apure. Sus aguas no tienen
potencia para incorporarse a las del Orinoco, que actúan de presa, formÔndose un
inmenso pantano de miles de km2. En realidad, a partir de la orilla
izquierda del Orinoco, entre sus afluentes Meta y Apure, y en una extensión de
200 km hacia el oeste, nos encontramos con un Ɣrea pantanosa que perdura durante
todo el aƱo con mƔs o menos agua, que en los meses de aguas altas se convierte
en un verdadero mar interior.
Este ejemplo es uno de los que mejor ilustra el fenómeno
inundación, pero no es el único. Con los hechos de la naturaleza no se debe
generalizar, aunque sea cómodo, y a veces necesario para comprenderla. Y asĆ, en
nuestro caso, la inundación de Los Llanos, si bien se produce siempre, no lo
hace de la misma forma. La inundación del valle del Apure y del interfluvio
Apure-Meta es solamente un caso.
Es claro que la planitud de Los Llanos y el rƩgimen de
lluvias que los afectan son las causas bƔsicas, siempre presentes, de la
inundación. Pero otros hechos entran en juego localmente, para acentuar o
debilitar el fenómeno. Tenemos, por ejemplo, el caso de la mayorĆa de los rĆos
que nacen en los Andes colombianos o venezolanos. Lo hacen en unos relieves que
son jóvenes, en los que las aguas fluyen por pendientes acusadas y lo hacen muy
agresivamente, arrancando y transportando gran cantidad de materiales sólidos.
Cuando llegan a la llanura, a Los Llanos, su capacidad de arrastre disminuye y
depositan esos materiales que, a veces, obstruyen los cauces, actuando como
diques que rebalsan las aguas y las impulsan a buscar otras salidas por la
llanura. Son rĆos divagantes y de curso inestable, con amplĆsimos lechos de
inundación. Sus flujos se nutren no sólo de las precipitaciones de Los Llanos
sino de las mƔs abundantes que se producen en la cordillera en la misma
estación. El rĆo Santo Domingo, el Boconó, el Masparro o los que dan nombre a
los estados de GuƔrico o Portuguesa son buenos ejemplos de lo dicho.
Otros cursos de agua tienen un origen estrictamente
llanero. No tienen cabecera montañosa. Sus flujos se nutren sólo de las
precipitaciones llaneras y si inundan espacios adyacentes no lo hacen tanto por
el volumen de sus caudales, sino por su incapacidad de desagüe en los cauces
mayores que, pletóricos de agua en la misma época, admiten muy lentamente la que
llega de los afluentes. Son los rĆos o arroyos que nacen en cualquier
interfluvio, o en las «mesas». Se les suele llamar rĆos de «morichal», con lo
que se alude al tipo de vegetación mĆ”s caracterĆstico de sus lechos de
inundación, que es la llamada palmera moriche. El «morichal» es uno de los
paisajes llaneros mƔs originales.
Otro caso lo constituyen aquellos espacios, con escaso o
nulo drenaje, en los que la acumulación del agua de la estación de las lluvias
da lugar a la formación de lagunazos, que multiplican su superficie en centenas
de km2 o se reducen, o desaparecen, a medida que va avanzando la
estación seca. Los podemos encontrar tanto en Llanos Bajos como en Llanos Altos,
aunque son mƔs frecuentes en los primeros.
La inundación en algunos puntos concretos de Los Llanos
ha sido descrita magistralmente por uno de los mƔximos conocedores del mismo, F.
Tamayo. SigĆ”mosle en algunos pĆ”rrafos: «Cuando el Orinoco estĆ” en su ascenso, se
ve, a la altura de Parmana, que las aguas de ese rĆo antes de salirse de madre
comienzan a represar los afluentes, los cuales, en consecuencia, se hinchan muy
por encima de lo que corresponde a su crecimiento propio, hasta sobrepasar sus
cauces individuales, y allĆ llegan a verterse sobre los campos vecinos. Luego,
cuando la inundación estÔ en todo su apogeo, se perciben en Parmana tres franjas
de coloración distinta: una al norte, de aguas claras, provenientes del morichal
de Carapa, con un ancho de unos 500 metros; otra media, color amarillo
arcilloso, del rĆo Manapire, de 1.500 metros de ancho, aproximadamente; y la
Ćŗltima, al sur, ligeramente oscura, correspondiente al Orinoco».
Toda esa inmensa cantidad de agua que corre por Los
Llanos, que baja del cielo, de las montaƱas y mana del subsuelo; que viene de
las selvas inaccesibles del Territorio Amazonas o de las extraƱas tierras de
Colombia, se desperdicia hasta para la navegación.
Son aguas para la crĆa de insectos, para diezmar
rebaƱos, para estimular los hongos parƔsitos, para borrar los caminos, para
destruir la agricultura, para ahogar al hombre. Mas cuando no hay exceso,
escasea hasta la penuria y la sed mortal. He aquĆ el drama de la naturaleza
«bĆ”rbara».
Pero no todos Los Llanos se ven sometidos al largo
periodo de inundación. Cuando nos separamos del Orinoco o de los grandes
afluentes, en los interfluvios o en las «mesas», valles arriba, aunque la
plenitud llanera se continĆŗa, el drenaje es posible. Tras el inicio del perĆodo
de lluvias, cuando la tierra reseca se ha empapado y saturado en profundidad,
aunque se produzca un cierto anegamiento, no llega a haber un manto continuo y
permanente de agua durante meses. Simplificando, podrĆa decirse que la curva
hipsomĆ©trica o de nivel de los cien metros es la que marca el lĆmite entre Los
Llanos que se anegan durante meses y los que no padecen el suceso con ese
rigor.
Fuente: Rubio Recio, JosƩ Manuel. El Orinoco y Los
Llanos. Madrid: Biblioteca Iberoamericana. Ediciones Anaya, S.A.,
1988.
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