Migraciones polinesias
Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En este ensayo, Ian Campbell, de la neozelandesa Universidad de Canterbury, analiza uno de los mayores misterios de la arqueología y la antropología: cómo el pueblo polinesio pobló una de las regiones más remotas de la Tierra. En este estudio se revelan los interesantes medios con los que los científicos pudieron resolver este misterio y, lo que todavía es más importante, se describe una de las mayores migraciones de la historia.
Migraciones polinesias
Por Ian Campbell
Un observador situado en un satélite girando en órbita
fija por encima del centro del océano Pacífico podría observar un hemisferio
compuesto prácticamente sólo por agua. Las costas continentales de América y
Asia escasamente podrían ser vistas en el perímetro de la visión de este
hemisferio y las islas que salpican el océano parecerían diminutos puntos
separados entre sí por grandes distancias. Las islas de la mitad oriental del
océano son los lugares con menor número de habitantes del planeta y todas ellas
fueron descubiertas y ocupadas por gente que no conocían los metales, las ropas
o la escritura y que no disponían de una tecnología de navegación avanzada.
Estos pueblos han sido desde entonces denominados polinesios, nombre derivado de
dos palabras antiguas griegas que unidas significan “muchas islas”.
Los primeros exploradores europeos del océano Pacífico
quedaron asombrados por la existencia de estos pueblos dispersos. La similitud
de las lenguas, culturas y aspecto físico de los isleños evidenciaba que se
trataba claramente de un mismo pueblo. Sin embargo, menos evidente resultaba su
procedencia y la forma en que habían llegado hasta allí. Algunos polinesios
(especialmente tahitianos, hawaianos y tonganos) eran marineros expertos y
capaces que manejaban embarcaciones de dos cascos de un tamaño considerable,
algunas de ellas de más de 30 m de longitud. Sin embargo, las hazañas de
navegación necesarias para colonizar islas separadas entre sí por cientos —y en
algunos casos miles— de kilómetros parecía fuera del alcance incluso de estas
gentes. Dado que carecían de mapas o instrumentos de navegación, los
exploradores europeos pensaron que las islas habían sido colonizadas
accidentalmente por pescadores náufragos impulsados por las tormentas y a merced
del viento y del mar.
¿Origen sudamericano o asiático?
Los vientos y corrientes reinantes en el océano Pacífico
se desplazan del este al oeste en las latitudes tropicales. Por lo tanto, la
geografía parecía apuntar hacia una patria de origen en algún lugar de la costa
del Pacífico de Sudamérica. Sin embargo, las lenguas polinesias tienen en común
muchas palabras y expresiones de estructura y significado similares aunque no
idénticos a las lenguas del Sureste asiático, especialmente las de Malaysia e
Indonesia. Por lo tanto la geografía se oponía a la etnología: estos pueblos
parecían proceder del oeste de Asia, pero dado que esto requería una navegación
en contra de los vientos y corrientes reinantes, un origen occidental presuponía
unos conocimientos de navegación superiores a los que parecían posibles.
Existía a su vez otro enigma: las islas polinesias no
están adyacentes a Asia. Los archipiélagos más cercanos a Asia están habitados
por un grupo diferente de personas, a los que los europeos denominaron
melanesios (isleños negros). Tal vez los polinesios habían emigrado hacia el
este y más tarde fueron seguidos por los melanesios, que se quedaron en las
islas más cercanas. Sin embargo, esto también contradice a la etnografía. Los
pueblos de Melanesia están divididos en miles de grupos diferentes que hablan
unas 1.300 lenguas diferentes (aproximadamente un cuarto del total mundial) con
una extraordinaria variedad de culturas. Por lo general, tienen también una piel
mucho más oscura que la de los pueblos del este o sureste asiático o de
cualquier lugar de Oceanía. Además, las culturas melanesias son tan diferentes
entre sí que esto apunta hacia la teoría de que sus habitantes debían llevar
establecidos en sus islas un periodo de tiempo extremadamente largo. Los
polinesios, en cambio, aunque están mucho más diseminados son tan similares
entre sí que su dispersión parece ser comparativamente reciente, sin que haya
transcurrido el tiempo necesario como para que surjan culturas divergentes. El
problema, por lo tanto, era explicar cómo estos emigrantes más recientes
procedentes de Asia habían podido pasar a través de las islas diseminadas a lo
largo y ancho de miles de millas y habitadas en algunos casos por pueblos
agresivos y bélicos sin ser absorbidos o eliminados por ellos. Además, nadie
podía explicar cómo habían viajado en contra del viento y las corrientes.
Una posible explicación podía ser que los polinesios se
hubieran desplazado a través y alrededor de Melanesia en una migración rápida y
altamente organizada, bien en una flota única o en una oleada bastante compacta.
Esta idea era defendida por teóricos con una visión más romántica que
científica. Otra solución, más probable, podía ser una ruta de migración
alternativa a través de un tercer grupo de islas al norte del ecuador y al norte
de Melanesia denominado Micronesia (‘pequeñas islas’). Los pueblos de Micronesia
parecían tener más elementos culturales y físicos en común con los polinesios.
Sin embargo, los polinesios tenían en común con los melanesios el uso de
importantes plantas alimenticias y animales domésticos así como ciertos aspectos
culturales. Los polinesios no habrían adoptado estas prácticas si hubieran
viajado a través de Micronesia. Así la teoría de un sendero melanesio no podía
ser fácilmente desechada.
Estas han sido las teorías sobre el origen de los
polinesios durante más de un siglo. El problema parecía imposible de resolver
pues todas las teorías posibles podían ser confrontadas con una evidencia seria
en sentido contrario. El método de estudio era etnográfico, es decir, los hechos
culturales se recogían en diferentes lugares y se comparaban con datos de otros
lugares. Cuanto mayores y más numerosas son las similitudes, mayor es la
probabilidad de unos orígenes y una historia comunes. Aunque este método seguía
apoyando una teoría de origen asiático de los polinesios, no resolvía la
cuestión del bloqueo melanesio o la confusa evidencia botánica. Tampoco
explicaba cómo estos pueblos pudieron migrar a través de grandes extensiones del
océano en contra de los vientos y corrientes reinantes sin disponer de una
tecnología de navegación avanzada.
La teoría de Thor Heyerdahl
Un enfoque original para resolver el enigma lo propuso
el antropólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl, quien reavivó la teoría de
un origen sudamericano. Al igual que otros antropólogos, Heyerdahl utilizó la
evidencia etnográfica y botánica. Encontró leyendas en la Polinesia oriental que
hablaban de migraciones procedentes del este, y observó que la planta
alimenticia denominada patata dulce o batata (kumara o kumala) era
sin duda originaria del Perú, donde también era conocida por un nombre similar
(cumar). Existían, además, otras evidencias botánicas que apoyaban la
posibilidad de una conexión americana. Algunos de los primeros colonizadores
españoles de Perú registraron leyendas que indicaban el conocimiento de tierras
al oeste y de viajes a ellas en grandes balsas de troncos. Las grandes
esculturas y plataformas de piedra de la isla de Pascua, al oeste de Chile,
también recordaban mucho los estilos y métodos sudamericanos. Aunque se ha
demostrado que Heyerdahl estaba confundido en cuanto al trabajo en piedra, el
resto de su evidencia supuso un gran apoyo a la teoría de una antigua conexión
entre Polinesia y Sudamérica. Los vientos y corrientes tampoco resultaron ser un
problema para la navegación, como pudo comprobar Heyerdahl en su famosa
expedición Kon-Tiki en 1947, en la que navegó en una balsa desde Perú
hasta Polinesia.
Sin embargo, Heyerdahl necesitaba explicar las
similitudes lingüísticas con el Sureste asiático y la evidencia cultural y
botánica de origen asiático. Sugirió que estas características procedían de una
gran migración circular, nuevamente a favor de los vientos y corrientes
reinantes, iniciada en el sureste asiático, pasando por Japón, cruzando el
Pacífico norte hacia Alaska, y más tarde descendiendo la costa norteamericana
hasta la actual Columbia Británica. Desde allí, la migración se desplazaría
hacia el suroeste hasta Hawai y el resto de Polinesia. Según Heyerdahl, los
polinesios eran, por lo tanto, una población mixta de origen asiático y
sudamericano. La teoría también explicaba algunos paralelismos sorprendentes
entre las culturas de Polinesia y la Columbia Británica. Heyerdahl intentó así
explicar muchas anomalías culturales que de otra manera resultaban
inexplicables. Pero el argumento del Pacífico norte carecía de
consistencia.
Las ideas de Heyerdahl atrajeron un soporte popular, más
que científico. Sin embargo, su evidencia botánica básica de una conexión
sudamericana resultaba innegable. Heyerdahl fue más allá y en 1955 inició una
seria excavación arqueológica en la isla de Pascua. Algunos expertos pensaron
que esto sería un esfuerzo infructuoso. Pero finalmente las excavaciones
sirvieron para rechazar su teoría de la migración, dado que revelaron una
tradición cultural polinesia continuada a lo largo de toda la historia de la
isla de Pascua. Si las personas hubieran migrado a la isla en oleadas desde Asia
y Sudamérica, la tradición cultural, casi con toda seguridad, habría variado a
lo largo de la historia de la isla. Sin embargo, la presencia de la batata en la
isla de Pascua y en toda Polinesia prueba que o bien los polinesios fueron a
Sudamérica en un primer momento y luego volvieron, llevándose consigo esta
planta entre otras, o bien los nativos sudamericanos viajaron hasta Polinesia.
Nadie sabe cuál es la alternativa correcta, pero en cualquier caso se trató de
una proeza extraordinaria de navegación y colonización.
Descubrimientos convincentes
Entretanto, otro científico inició unas excavaciones
experimentales que dieron lugar a una teoría que dejó obsoleta la de Heyerdahl.
Kenneth P. Emory del Bishop Museum de Honolulu (Hawai), inició una excavación en
1950 para enseñar a los estudiantes de la universidad de Hawai técnicas
arqueológicas. No esperaba encontrar ninguna evidencia interesante y quedó
sorprendido cuando la tierra le ofreció una secuencia de herramientas con una
antigüedad de más de mil años. Además, las similitudes con herramientas
encontradas en otros lugares permitieron establecer una relación histórica entre
los diferentes lugares. Emory también estudió las relaciones entre las
diferentes lenguas polinesias. Con esta nueva evidencia, que él publicó en 1959
en un artículo titulado “Los orígenes de los hawaianos”, Emory revolucionó el
difícil “enigma polinesio”.
Emory sugirió que las diferencias entre melanesios y
polinesios habían llevado a los investigadores a pensar de forma incorrecta que
estos siempre habían sido diferentes. Por el contrario, él pensaba que los
polinesios eran melanesios y no un pueblo llegado a través de Melanesia. Una vez
alcanzado el Pacífico central (Tonga, Samoa y Fiji) se aislaron de las islas
occidentales. En su aislamiento, su cultura y su físico desarrollaron diferentes
características. Más tarde, grupos de estos pueblos se extendieron por el
Pacífico oriental de forma relativamente rápida y reciente. Así, ellos habían
mantenido sus similitudes culturales y al mismo tiempo habían logrado la
dispersión de una cultura más amplia de toda la historia. Por lo tanto, los
polinesios no eran un pueblo en sí mismos, sino que se convirtieron en
polinesios a su llegada a Polinesia (en última instancia procedentes de
Asia a través de Melanesia).
Cuatro décadas de intensa investigación habían apoyado
la idea atrevida y original de Emory. El descubrimiento de que un tipo especial
de cerámica, denominada Lapita por el lugar de la isla melanesia de Nueva
Caledonia donde fue encontrada, era ampliamente utilizado desde Nueva Guinea a
Tonga, prueba las raíces históricas de la cultura polinesia en las islas de
Melanesia. Pero también confirma la antigua idea, desechada durante muchos años,
de que los antepasados de los polinesios habían llegado desde el este o sureste
de Asia hasta un grupo ya poblado de islas en el Pacífico occidental. Desde allí
se extendieron muy rápidamente pero en número escaso por las islas orientales de
Fiji, Tonga y Samoa. En los lugares en los que entraban en estrecho contacto con
la población papúa inicial, se mezclaban con ellos para producir la gran
variedad de culturas actuales de Melanesia.
Las similitudes de las diferentes lenguas ayuda a probar
también esta teoría. Las lenguas de muchas culturas melanesias (especialmente de
los grupos de la costa) son lenguas austronesias (de las islas del sur). Estas
lenguas están relacionadas con las lenguas polinesias porque todas ellas derivan
de la lengua de los inmigrantes ceramistas. Otros melanesios hablan una serie de
lenguas mucho más antiguas, denominadas de forma colectiva no-austronesias, tan
diferentes entre sí que nadie podría decir si todas ellas tienen un origen
común. Las lenguas austronesias incluyen las habladas en Micronesia, varios
cientos de lenguas melanesias y la mayoría de las lenguas de islas del sureste
asiático, Malaya y Tailandia, y también las lenguas del lejano Madagascar en el
extremo occidental del océano Índico cerca de la costa de África.
Estudios recientes y complejos de moléculas de genes
humanos confirman la evidencia lingüística sobre las relaciones
polinesio-melanesio-asiáticas. También demuestran que los micronesios descienden
de los mismos austronesios originales. La arqueología, mientras tanto, ha
proporcionado evidencia sobre la cultura de los polinesios originales, conocidos
actualmente, por lo general, como el complejo cultural Lapita y ha establecido
una cronología para las migraciones polinesias.
La gran migración
Los primeros en llegar a las islas Salomón fueron los
papúes procedentes de Nueva Guinea tal vez hace 40.000 años. Esto ha sido el
límite de la colonización humana de Oceanía hasta hace aproximadamente 4.000
años. Hacia esta época, los ceramistas de habla austronesia llegaron procedentes
de algún lugar del este o sureste asiático y lo hicieron en embarcaciones muy
superiores a cualquier otra conocida por la humanidad. A lo largo de unos
doscientos años se fueron extendiendo por las zonas costeras de Nueva Guinea,
islas Salomón, Vanuatu y Nueva Caledonia. Otros grupos, bien como parte de este
movimiento o directamente desde algún lugar de Asia (o una combinación de ambos)
se desplazaron a las islas de Micronesia, al norte de Nueva Guinea.
Probablemente hace unos 3.500 años, el pueblo lapita (denominado así por su
cerámica) cruzó el amplio mar entre Vanuatu y Fiji y ocuparon de forma muy
dispersa las islas Fiji, Samoa y Tonga. Durante tal vez mil años o algo más la
migración no prosiguió y las diferentes colonias dieron lugar a las diferentes
culturas de Fiji, Tonga y Samoa. A continuación, y por razones desconocidas,
comenzó una nueva migración hacia las islas de Polinesia oriental. La mayoría de
los arqueólogos están de acuerdo en que las principales islas fueron
descubiertas y colonizadas en menos de doscientos años, pero no hay acuerdo
sobre si esto se produjo en los primeros o en los últimos siglos del I milenio
d.C. La primera evidencia fechable procede de las islas Marquesas e indica una
colonización hacia aproximadamente el año 300 a.C. Sin embargo estas fechas son
discutibles.
La isla de Pascua fue probablemente una de las primera
islas polinesias orientales que fueron colonizadas. El siguiente movimiento
importante se dirigió hacia Hawai, aunque las fechas también son muy
discutibles. Hawai lleva habitado como mínimo 1.000 años e incluso puede que
2.000 años. Dudas similares existen en el caso de Nueva Zelanda en el extremo
meridional de Polinesia. Nueva Zelanda estaba ocupada por polinesios en el siglo
XIII d.C., y posiblemente desde el siglo IX d.C. Sin embargo, algunos
arqueólogos sugieren que podría haber sido antes, aunque su evidencia no está
clara. En un momento o en otro, todas las islas dentro de lo que actualmente se
denomina el triángulo polinesio estaban habitadas, pero cuando los europeos
llegaron, algunas de las islas pequeñas, más aisladas, y a menudo áridas, habían
quedado deshabitadas.
Entre tanto, la explicación de cómo los austronesios
habían llegado hasta estas lejanas islas seguía pendiente de una solución. Las
ideas románticas sobre viajes épicos dejaron paso a mediados del siglo XX a la
estricta lógica del neozelandés Andrew Sharp. Según Sharp, que utilizó una
amplia colección de evidencias etnográficas, la colonización polinesia había
sido el resultado de una desviación accidental durante el viaje. Para ello
citaba numerosos casos de personas que habían sido encontradas absolutamente
perdidas lejos de sus hogares. También demostró que las plantas alimenticias
básicas y los animales domésticos no se encontraban en todos los lugares y
afirmaba que esto demostraba que la migración no había sido intencionada. Aunque
más tarde modificó su teoría, continuó manteniendo una interpretación
minimalista de las capacidades de navegación de estos pueblos que no sabían leer
ni escribir, hacer mapas o fabricar herramientas de metal.
Los puntos de vista de Sharp fueron aceptados entre
geógrafos y antropólogos hasta que fueron rebatidos por otro neozelandés, David
Lewis. Lewis estudió las leyendas de viajes polinesios con sus referencias a las
estrellas, las estaciones del año y las condiciones del mar durante un viaje
desde Tahití a Nueva Zelanda en 1965. Posteriormente, realizó una amplia
investigación sobre la navegación tradicional polinesia, profundizó en fuentes
escritas y orales que describían prácticas de navegación de los siglos XVIII y
XIX y, además, buscó y encontró hombres en Polinesia, Melanesia y Micronesia
que, a pesar de la modernización, todavía recordaban los métodos antiguos de
navegación.
El resultado fue la convicción de que los antiguos
polinesios sabían realmente realizar viajes de exploración, regresar a sus
patrias y volver a encontrar el lugar descubierto para colonizarlo. Cuando un
navegante avezado se perdía en una tormenta o era sacado de su rumbo, sabía
fijar su posición y encontrar el camino de vuelta al hogar o dirigirse a otra
isla conocida.
Estas revelaciones aclararon uno de los últimos
misterios de los orígenes polinesios y han sido apoyadas posteriormente por la
reciente repetición del viaje original en canoa realizado por el antropólogo
estadounidense Ben Finney. Su viaje en la canoa Hokule’a, desde Hawai a
Tahití en 1976, ha abierto las puertas a otros muchos viajes de este tipo
realizados por isleños de diferentes zonas del Pacífico. Los múltiples viajes
realizados con éxito utilizando los conocimientos de navegación y las artesanías
tradicionales prueban básicamente que los primitivos polinesios podían viajar a
puntos alejados a cientos o miles de millas.
Así, la solución al “enigma polinesio” resulta ser más
simple y obvia de lo que los investigadores habían pensado. Sin embargo, el
conseguir las pruebas y demostrar cómo los polinesios realizaron su colonización
ha requerido décadas de intensa investigación en diferentes disciplinas. Durante
un tiempo los enfoques disciplinarios individuales alejaron a los investigadores
de la respuesta correcta y plantearon diferentes problemas. La evidencia
botánica, por ejemplo, indica un contacto humano antiguo y directo entre
Sudamérica y Polinesia, pero quién fue responsable de este contacto, cuándo y
por qué, será algo que probablemente no se llegue a saber nunca. Pero al final
la colaboración interdisciplinar ha demostrado que la mayoría de las piezas
encajan entre sí.
Acerca del autor: Ian Campbell es profesor de
Historia en la neozelandesa Universidad de Canterbury. Es autor, entre otras
muchas publicaciones, de A History of the Pacific Islands.
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